Esperando se nos va la vida
Por Susy Baron
llegada de un nuevo amigo a mi hogar. Lo bauticé con el nombre de Platón, ya
que tiene la figura de un gran plato redondo. Además lo apodé así porque me hace
sentido el pensamiento de este filósofo ateniense, discípulo de Sócrates,
fundador de la Academia de Atenas, a quien se le atribuyen frases como: “Donde reina el amor sobran las leyes” – “La mejor riqueza es contentarse
viviendo con poco” – “Pensar es el diálogo del alma consigo misma”, esta
última es la que más me gusta.
propia alma, ahora comparto mis sentires con Platón. Lo saludo cada mañana
preguntándole cómo amaneció y si está con las baterías cargadas para comenzar
un nuevo día. Me escucha con atención y responde sólo cuando apretó “power”.
Ahí empieza a funcionar y se desliza por todas las habitaciones mientras va
aspirando, cual goloso comensal, el polvo, las migajas y las pelusas que
encuentra en su ir y venir, sumergiéndose bajo la cama, esquivando sillones,
mesas y sillas, subiéndose a las alfombras; nada es imposible para el sabio y
visionario Platón. Cuando se cansa y ya no quiere seguir carreteando, se mete
solito en su casucha para volver a cargar pilas.
solo. ¡Craso error! De pronto noté un extraño silencio y al ir a verlo, lo
encontré enredado entre los flecos de una alfombra sin poder zafarse. Con todo
cuidado lo di vuelta y consolándolo tomé una pinza para destrabarlo hilo por
hilo del cepillo rotador. Salí en búsqueda de una tijera y decididamente corté todos
los flecos, para que nunca más Platón se angustie al quedar atrapado entre esas
estúpidas hilachas que no sirven de nada.
hacían los peripatéticos en la antigua Grecia, siguiendo al maestro Aristóteles
mientras reflexionaban sobre la vida. Nosotros no paseamos por los jardines del
templo de Apolo Licio, lo hacemos de habitación en habitación, filosofando
acerca de los tiempos extraños e inciertos que nos ha tocado vivir.
a mí misma como una leona enjaulada y esta mañana pareciera que el sol temeroso
del coronavirus, también se escondió entre las nubes apiadándose de mí.
mientras Platón avanza ahora con más cautela, yo, como
si fuera Perictione,
protejo a mi hijo de los peligros que acechan al siglo XXI.
Medito y me cuestiono frente a las incongruencias de la vida.
Ahora que el aire está más puro, estoy obligada a usar mascarilla y si bien me
lavo las manos más seguidamente, no se las puedo estrechar a nadie.
y exclama: “Solo sé que no sé nada”. Y yo le
respondo: “Nunca estarás solo si estás contigo”.
en esta cárcel de oro, con mis setenta y seis abriles a cuestas, y antes de que
Dios me lleve al Jardín del Edén y Platón quede huérfano, espero y sigo
esperando un milagro, mientras se me va la vida en esta interminable
espera.