Aprendiendo a rezar en casa IV
Por Gachi Waingortin
Existen dos conceptos importantes en el judaísmo: “Ol Maljut Shamaim”, el yugo del reino del Cielo, aparece en este primer párrafo del Shemá. “Ol Mitzvot”, el yugo de las mitzvot, lo encontraremos en los párrafos siguientes. Solemos asociar la palabra “yugo” con algo negativo, duro y pesado, impuesto desde afuera, que quita movilidad y de lo deberíamos intentar liberarnos. Pero hay otra forma de verlo. Ponemos un yugo a los bueyes para que tiren del arado, para que los surcos donde se sembrará la semilla sean rectos y paralelos, para que sean productivos. Desde este punto de vista el yugo nos limita, pero nos ayuda a hacer nuestro trabajo. Un buey puede pasar su vida pastando libremente por el campo, o bien arando y permitiendo la siembra y la cosecha. Quizás encuentre que pastar es más entretenido que arar, pero al final de su vida verá un pastizal idéntico al que había cuando llegó, o un campo arado, trabajado, sembrado. Quizás allí encuentre el sentido de su vida.
El primer párrafo del Shemá Israel establece “Ol maljut Shamaim” a través del amor a D-s. Según nuestros sabios, el amor a D-s incluye dos aspectos, la veneración y el temor. Amor y temor son las dos caras de una misma moneda. Sentimos alegría al acercarnos a lo que amamos; pero una vez cerca, sentimos temor a perderlo, a defraudarlo. Según lo plantea el rabino Mordejai Edery, en esa fusión amor-temor radica la forma de creer, sentir y comportarnos adecuadamente ante D-s. Así, la aceptación del yugo de D-s nos da una tarea a cumplir que es Tikún Olam, mejorar el mundo.
El Shemá nos dice que debemos amar a nuestro D-s con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, y con todas nuestras fuerzas. Rashi intenta explicar estos tres atributos del amor a D-s. Plantea que amar a D-s con todo el corazón significa con nuestro yétzer hatov y nuestro yétzer hará, los impulsos del bien y del mal. Parece obvio que debemos dedicar a D-s nuestro impulso del bien. Pero no queda tan claro el papel que juega el impulso del mal. Rashi plantea que también nuestros impulsos de agresividad deben estar orientados al amor a D-s. Nuestra ambición puede ser algo egocéntrico, o puede estar orientada por la voluntad de hacer el bien, canalizando nuestras ambiciones y nuestra agresividad hacia lo posible y positivo. Una persona ambiciosa puede emprender para satisfacer su ambición, pero al mismo tiempo generar una fuente de trabajo para sus trabajadores y de bienestar para quienes utilicen sus servicios o productos. Si la intención es buena, todo lo que hagamos puede ser constructivo.
Según Rashi, “con todo tu ser” significa que uno debería estar dispuesto a dar la vida por D-s si fuera necesario. Deberíamos considerar por qué cosas seríamos capaces de dar la vida; y vivir por y para aquellas cosas por las que estaríamos dispuestos a morir.
Finalmente, con todas nuestras fuerzas implica, según Rashi, con “todos tus bienes materiales”. El conflicto entre lo material y lo espiritual es eterno. Algunos plantean que lo único importante es lo espiritual y llegan a negar y condenar lo material. Por otro lado, muchos viven de una manera exclusivamente focalizada en lo material y olvidan la perspectiva espiritual de la existencia. Necesitamos un equilibrio que nos permita disfrutar de lo que el mundo material tiene para ofrecernos, sin descuidar la razón última de nuestros afanes. Lo material debe estar al servicio de lo espiritual. Si el amor a D-s permea toda nuestra actividad productiva le daremos sentido también a ese aspecto de nuestra vida.
El párrafo sigue diciendo: “Habrán de estar estas palabras que Yo te ordeno hoy, sobre tu corazón”. ¿Por qué dice “sobre tu corazón” y no “en tu corazón”? El rabino Avidor Hacohen enseñaba que hay algunas enseñanzas que no somos capaces de asimilar cuando las recibimos. Esas enseñanzas quedan “al levaveja”, sobre tu corazón. En algún momento de la evolución personal, el corazón se abrirá y esas palabras podrán finalmente entrar. Así es como se cierra la brecha generacional, cuando logramos entender cosas que en su momento no comprendimos.
Esta idea de la educación como un fenómeno a largo o mediano plazo hace de puente con el resto del párrafo: “Las enseñarás a tus hijos y hablarás de ellas al estar en tu casa y en tu andar por el camino, al acostarte y al levantarte. Átalas por signo sobre tu mano y serán señales entre tus ojos. Escríbelas sobre las puertas de tu casa y en tus ciudades”. El amor a D-s debe inducirnos a transmitir ese sentimiento como un motivador para la acción educando a nuestros hijos y transmitiéndolo a quienes nos rodean, como signos físicos (talit, tefilín, mezuzá) y como acciones y actitudes.
El amor a D-s no es algo lejano, abstracto y teórico. El judaísmo nos enseña que el amor a D-s es algo cercano, concreto y práctico, algo que se ejercita cada día en la forma como vivimos, la manera como educamos a las siguientes generaciones, como actuamos en todos los ámbitos de la vida. “Kabalat Ol Maljut Shamaim”, la aceptación del yugo del reino del Cielo es la manera de traducir el amor a D-s en acciones concretas. Esto nos lleva a Kabalat Ol Mitzvot, que analizaremos en nuestra próxima entrega.