publicado hace 18 días
Ana María Wahrenberg: "Mi vida en Chile después del Holocausto"
Hace unos días celebré mi cumpleaños número 95, rodeada de mis seis nietos y doce bisnietos. Sé que soy afortunada y reconozco las maravillas que me han acompañado a lo largo de mi vida. Una de esas maravillas fue haber llegado a Chile junto a mis padres. Acá donde nos dirigimos, desde Alemania, tras la Noche de los Cristales Rotos y el inicio del genocidio de los judíos.En Chile encontramos la libertad que tanto anhelábamos y comenzamos a comprender lo que significa vivir sin nuestra familia extendida -que fue exterminada-, sin hablar el idioma, pero con la posibilidad de trabajar, ser abiertamente judíos y convivir con personas dispuestas a ayudarnos y conocernos.A 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, que marcó mi vida y la de millones de desplazados, huérfanos y víctimas, mis sentimientos se entrelazan entre el dolor del despojo y el agradecimiento que nunca me abandona. Este agradecimiento me ha llevado a asumir la misión de contar mi historia, y sé que hablo por tantos que fueron silenciados.Desde hace ocho años, de la mano del Museo Judío de Chile, visito colegios para contar sobre el día en que unos bototos negros tocaron a mi puerta buscando a mi papá para llevarlo prisionero. Haber peleado por Alemania en la Primera Guerra Mundial no lo salvó de este destino. Ese día, terminó mi niñez. También me expulsaron del colegio público y mis amigas y vecinos comenzaron a insultarme y a evitarme.Empecé a asistir a un colegio exclusivo para judíos. Allí conocí a una niña pelirroja, llamada Betty, quien se convirtió en mi mejor amiga. La situación solo empeoró con el tiempo: pronto se volvió ilegal para los judíos ir a la plaza o al cine, de manera que nos reuníamos en nuestras casas.Un día, mi padre volvió malherido de un campo de concentración, con una lesión en la mano que tardó mucho en sanar y un daño en el alma que nunca se curó. Mi dolor aumentó cuando Betty y yo nos separamos. Entonces, prometimos escribirnos y seguir siendo amigas por siempre. Pero su familia escapó a Shanghái y asumió que yo me había sumado a los seis millones de judíos asesinados en el Holocausto.Esto no ocurrió. Poco tiempo después, una compañera de colegio de mi mamá, que se había trasladado a Chile por amor, gestionó nuestra visa y se ofreció como aval para que pudiéramos refugiarnos aquí.De esa manera, llegué al otro lado del mundo: a un país donde por fin pude subirme a un columpio sin encontrar un cartel que dijera “prohibido para judíos”. Reconstruí mi vida y, ochenta y dos años después, me reencontré con mi amiga Betty- quien durante casi todo ese tiempo estuvo segura que había muerto-. Comprobé así, una vez más, que los milagros existen.De eso hablo en mis charlas en colegios. También sobre los peligros del extremismo y los prejuicios. Por eso, esta conmemoración de la liberación del campo de concentración de Auschwitz es para mí una nueva oportunidad para tender puentes, para reafirmar que el “nunca más” comienza con cada uno de nosotros. Cuando vemos una injusticia, somos nosotros los llamados a no permanecer indiferentes. No son otros.Es cierto que siento el llamado para seguir dando mi testimonio, porque fui testigo de uno de los momentos más oscuros de la historia de la humanidad. Pero la humanidad somos todos, y cada joven que escucha mi testimonio -esa es mi esperanza- se convierte en un embajador por la paz.Esta fecha es, entonces, una oportuni-dad para comprender que la historia no se repetirá, mientras valoremos siempre la libertad y luchemos sin descanso por cuidar los valores que, como chilenos, nos enorgullecen: nuestra democracia y capacidad de tender la mano a quien lo necesite.Publicado en Radio BioBio (28-1-2024)Ver artículo original en este link: https://www.biobiochile.cl/noticias/opinion/tu-voz/2025/01/28/a-80-anos-de-la-liberacion-de-auschwitz-mi-vida-despues-del-holocausto.shtml