publicado hace 8 días
Encuentros con Mordejai Gebirtig
Conocí a Mordejai Gebirtig en una galería de Concepción, en una tienda de discos, a principios de los noventa. David, el entusiasta propietario, exponía orgulloso su nueva partida de CDs con “música de Israel”. Era entretenido examinar los títulos recién llegados, tanto como invadir de pronto los parlantes del local con la insólita judeidad de cada prueba musical. A veces había hallazgos memorables, intérpretes que todavía recuerdo y que conforman la banda sonora de mi vida. En aquella ocasión, descubrí un tema maravilloso, Yankele, una canción de cuna yidish interpretada por Yaacov Shapiro. Tal vez por ser pediatra o por tener hijos pequeños, me cautivó a la primera oída. David quiso abonar mi entusiasmo haciéndome escuchar una segunda versión del tema, esta vez desde un CD de Jacqui Süssholz, un cantante jasídico, que vino a confirmar mi percepción inicial. En el sobre del disco había un comentario del intérprete, unas notas anecdóticas que acompañaban cada canción y que eran parte de su show: “¿Qué hacer cuando el bebé no quiere dormir? Su mamá le cuenta cuentos, pero eso no le da sueño. El papá le muestra los últimos resultados de Wall Street y es como si nada, hasta se despierta un poco más. Para adormecerlo la mamá le trata de hablar: mi Yankele, si ya tienes todos tus dientecitos, estás por ir a la escuela, pronto aprenderás Talmud, y serás un médico o, si eres perezoso y fracasas en la vida, abogado… y también te vas a casar, con la sobrina de nuestra vecina, que es una buena chica, a los seis años toca la marcha turca de Mozart… entonces, ¿por qué todavía te mojas en la cuna?, ¿por qué no quieres dormir…? No será nada fácil hacer un mentsh de ti. Y en ese mismo momento, el niño bosteza: Es ahora o nunca cuando hay que cantarle “Yankele””. Quise saber quién era el autor de Yankele. Leí Mordejai Gebirtig. Para mí, un nombre completamente nuevo. Ese fue nuestro primer encuentro.En aquellos días, hablo de treinta años atrás, no había YouTube ni Spotify, ninguna plataforma virtual donde encontrar música de semejante autor, así que mi contacto posterior se limitó a algunos casetes y CDs que compartía con don Américo, el guía espiritual de nuestra Kehilá, quien hablaba yidish y que desde su juventud europea conocía esas canciones. No contábamos con una web tan amplia e inmediata como ahora, así que mis siguientes encuentros con Mordejai Gebirtig tuvieron que ser más bien casuales y directos. Al año siguiente, en un viaje a Polonia, durante un paseo por el antiguo barrio judío de Kazimierz en Cracovia, a continuación de visitar la sinagoga Remuh y el viejo cementerio vecino, advertí en una fachada de la calle Joselewicza una placa recordatoria. Me acerqué curioso, a ver de qué se trataba. Su lectura me sacudió como una revelación: “Aquí vivió el gran poeta y cantor popular yidish Mordejai Gebirtig (Mordeje Bertig), nacido en Cracovia el 4 de abril de 1877 y asesinado por un soldado alemán en el gueto de Cracovia el 4 de junio de 1942”. Me quedé con piel de gallina, paralizado frente a la casa, antes de atreverme a cruzar la puerta principal. Subí por la vieja escalera, con la emoción de rozar los mismos peldaños y de tocar las mismas paredes que en otros tiempos cobijaron su vida. De regreso al hotel caminé ingrávido, poseído por sus melodías, invadido por la melancolía, la ternura y la juzpá de su música, como flotando, sumergido en un sueño de Chagall. Nuestro tercer encuentro ocurrió en otro viaje, esta vez en una librería judía de Berlín. Allí, en un estante pleno de tesoros bibliográficos, descubrí un hermoso libro que reunía su historia y su obra musical, que contenía algunas fotografías, junto a las notas y textos de sus canciones, una compilación hecha por un Gebirtig-meshiguene, Manfred Lemm, un cantautor alemán. Mordejai Gebirtig pasó toda su vida en Cracovia. Era un sencillo mueblista que mientras restauraba armarios antiguos o renovaba viejas mesas iba creando canciones. Las apuntaba en un papel y más tarde las tocaba con un dedo en el piano de un amigo, quien las transcribía en notas musicales. Al principio las compartía en un círculo familiar, sin la menor esperanza de que se difundieran alguna vez. Sin embargo, sus melodías no tardaron en correr de boca en boca por toda Polonia, se publicaron en cancioneros, cruzaron el océano hasta Estados Unidos y la Argentina, viralizándose por todo el mundo judío, en un viaje fascinante que continúa hasta nuestros días, manteniendo su presencia siempre viva en cada festival de música yidish. Sería inútil tratar de transmitir el sabor de su obra en esta crónica. Sería tan estéril como pretender explicar un tema de Bob Dylan, una canción de Leonard Cohen o un single de Amy Winehouse. En YouTube o Spotify encontraremos excelentes versiones de Yankele, Kinder yoren, Avreml, Reysele, Es brent, en la voz de tan buenos intérpretes como Java Alberstein, Dudu Fisher, Efim Alexandrov o Theodore Bikel, sin mencionar a la nueva generación de cantantes que le siguen dando vida y actualidad.Dicen que cuando olvidamos a nuestros muertos, ellos mueren por segunda vez. Sin embargo, he aprendido con los años que más bien ocurre al revés: somos nosotros quienes en parte morimos, quienes sin darnos cuenta recortamos nuestra vida. Escuchemos a Gebirtig. Nos hará bien. Dejemos fluir en nosotros su miel de yidishkait, esa dulzura ancestral que ni la más oscura de las noches consiguió borrar.