Aprendiendo a rezar en casa VI
Por Gachi Waingortin
Los simbolismos del talit, prenda rectangular que sostiene los tzitzit en sus cuatro esquinas, son variados. En principio, el judío se envuelve en el talit como quien se envuelve en las mitzvot, en la pertenencia al pueblo judío, en su identidad. El talit viene a ser un abrigo que nos protege del frío existencial, de la falta de sentido. Si bien lo más vistoso del talit es el paño, que puede ser tan ornamentado como se desee, lo que lo define como tal son solamente los tzitzit de sus esquinas. Esto nos recuerda que lo esencial no siempre es lo más aparente, bello o llamativo, a veces hay que buscar en los detalles, en lo menos notable para hallar la esencia de las cosas.
Tjelet es un color azul cielo: un recordatorio constante de que así como D-s nos tiene en cuenta, también nosotros debemos tener en cuenta a D-s. Los simbolismos de la cantidad de vueltas y nudos también son variados: una explicación dice que las 39 vueltas representan el valor numérico de las dos últimas palabras del Shemá: Adon-ai Ejad: D-s es uno.
Muchos creen que la obligatoriedad de envolverse en los tzitzit (lehitatef batzitzit) incumbe solo a los hombres. Sin embargo, en su artículo “On the Ordination of Women as Rabbis”, el rabino Joel Roth explica que exégetas medievales han discutido en profundidad acerca de si las mujeres pueden o deben cumplir esta y otras mitzvot ligadas a un tiempo específico y de qué manera. El Ravad (1125-1198) es la autoridad más estricta al respecto y prohíbe a las mujeres el cumplimiento de todas las mitzvot, salvo eventualmente sentarse en la Sucá. Menos estricto es Maimónides (1138-1204) quien permite a las mujeres colocarse el talit si lo desean, pero sin recitar la bendición correspondiente. Mientras Rashi (1035-1104) coincide con Maimónides, su nieto Rabeinu Tam (1100-1171) permite a las mujeres cubrirse con el talit y decir la bendición. Por su parte, Rashba (1235-1310) también autoriza el recitado de la brajá cuando la mujer decide colocarse talit, basándose en el antecedente de Mijal bat Shaúl que se ponía tefilín con la anuencia de los sabios de su generación, explicando que si lo hacía, obviamente decía la brajá.
Josef Caro (1488-1575), autor del Shulján Aruj, coincide con Maimónides en que las mujeres pueden usar talit si lo desean, pero no decir la brajá de “lehitatef batzitzit”, mientras que Moshé Isserles (1525-1572) permite que se coloquen el talit diciendo la brajá correspondiente. Es interesante notar que el punto de la discusión no es si las mujeres pueden usar talit o no. La pregunta que discuten los sabios es si pueden decir la brajá cuando se colocan el talit.
Rabbi Abraham ben Hayyim Ha-levi Gumbiner (1637-1683) nos ofrece una pista para entender la relación de las mujeres con la observancia de las mitzvot en general: “Las mujeres están exentas de contar el Ómer pues es una mitzvá positiva ligada a un tiempo determinado. Sin embargo, ya la han hecho obligatoria por haber decidido voluntariamente observarla”. Un ejemplo conocido de una mitzvá opcional que se convierte en obligatoria debido a la costumbre de cumplirla es la tefilá de Arvit. Según el Talmud, solo Shajarit y Minjá, las oraciones de la mañana y de la tarde, son obligatorias. Arvit, la tefilá de la noche, era optativa pues no reemplaza a ningún sacrificio del Templo. Pero los judíos la adoptaron en sus prácticas diarias y por eso en la actualidad tiene la misma obligatoriedad de las otras dos (el único resabio de su origen no normativo es que no tiene relectura de la Amidá). Así, las mujeres, aun sin estar obligadas a cumplir ciertas mitzvot, pueden voluntariamente asumir su cumplimiento y eso las obliga de manera similar a los hombres, debiendo recitar la brajá correspondiente. Comparten esta idea Rabi Shimshon bar Zadok (1215-1293) e Isaac ben Abraham Di Molina (fallecido alrededor de 1580). Basándose en estas y otras evidencias, el Movimiento Masortí autoriza a las mujeres que así lo deseen, a asumir la obligatoriedad de las mitzvot.
Con esto en mente podemos volver al texto del tercer párrafo del Shemá Israel. Al hablar de los tzitzit dice: “Ureitem otó uzjartem et kol mitzvot Adon-ai vaasitem otam”: Y cuando los vean (los tzitzit) recordarán todas las mitzvot de D´s y las cumplirán”. Esta es la clave de la transmisión del judaísmo: lo que uno ve, luego lo recuerda y finalmente lo hace. Si los niños ven a sus mayores cumpliendo mitzvot, lo recordarán cuando sean grandes y serán capaces de cumplir también ellos, garantizando así la continuidad. Pero hay algo especial en estos tres verbos: “ureitem, uzjartem vaasitem”, verán, recordarán y harán. La transmisión del judaísmo no es un calco idéntico de generación en generación, no es “ureitem vaasitem”, verán y harán. Si así fuera, el judaísmo jamás evolucionaría, se petrificaría en el pasado y no se recrearía con el paso de los siglos. Entre el ver y el hacer está el recordar. “Uzjartem”, los recordarás, implica el proceso de elaboración, estudio, reflexión e interpretación necesario para que la observancia de las mitzvot sea relevante para cada generación. Así el judaísmo ha seguido vital y vigente a lo largo de milenios.
En nuestra próxima entrega analizaremos las brajot posteriores del Shemá Israel.