COVID19: Ser sin olfato
Por Ana Luisa Telias, periodista
Darwin diría que el debilitamiento del sentido olfativo es un signo positivo de la evolución del hombre.
Es el paso del ser primitivo, ese ser salvaje y bestial, que huele desde su naturaleza mamífera al hombre civilizado que denomina Freud: el que rechaza los (malos) olores y ve en la higiene del cuerpo un signo de virtud.
Olfatear es reconocer la existencia del otro desde un principio. El recién nacido identifica a su madre incluso antes de ver. El olor del seno materno fortalece el apego del bebé con su madre y lo altera en presencia de otros aromas.
El olor fortalece tu memoria al identificar y diferenciar claramente el aire fresco de una madrugada de los variados perfumes que provienen de las especies de un bosque austral; la mezcla de humedad y químicos que expele una mina en el norte de Chile de los olores de una caleta en el Bio Bío frente al Océano Pacífico. Y qué hay del olor a animal, del cabello sucio de un niño o de la sudoración de un cuerpo tras un duro ejercicio. Y de los intensos olores que despide una fábrica de productos lácteos, una estación de gasolina o la quema de caucho. Al caminar por un mercado el olor hace que tu imaginación se traslade hacia el sabor de los duraznos, las frutillas y el pastel de choclo con albahaca. Y cuando se aproxima el camión de basura… ¡Hay tantos olores y tan variados!
Así como otras sensaciones, el olor circula entre nuestra imaginación y memoria, proyectándose hacia el corazón de nuestra subjetividad. Nos retrotrae al espacio de los afectos, experiencias y lugares pasados.
Cuando un perfume o un hedor un irrumpe en tus narices asalta tu libre albedrío e invade tu intimidad. Con la música ocurre igual: cuando te trasladas o estás en un espacio público y repentinamente aparece un músico amateur para acotar durante unos momentos tu libertad.
No es tan animal la conducta que desencadena: nuestro olfato nos lleva a relacionarnos con lo divino e invisible desde la antigüedad. ¿No es D-s acaso quien pide a Moisés que preparen en su honor un incienso puro y exclusivamente dedicado a su servicio? El perfume en la Edad Antigua desempeñaba en distintas culturas un rol protagónico, especialmente en ceremonias fúnebres y rituales sagrados.
Como fuente de bestialidad, inmundicia e inmoralidad, el olor tiene su antítesis en la espiritualidad, pureza y santidad, evidenciando las distintas manifestaciones del hombre: cuerpo y alma.
La hiperosmia puede ser en algunos casos una virtud en una desesperada búsqueda o en un ambiente exquisitamente perfumado. Y en otros, una verdadera lacra. Si el olor se torna desagradable, se activa tu lado antisocial, escapando de la repugnancia que suscita el olor, cualquiera sea la fuente que lo origine.
Cuando no puedes activar tu olfato, ese filtro discriminatorio y de evasión desaparece. Bien. Hasta que se vuelve riesgoso. La anosmia puede llevarte a enfermar si pruebas algo en estado de descomposición. Tal como la vista es el centinela del tacto, el olfato es al gusto.
Finalmente, si te infectas de COVID19 comprendes que el perfume no está lejos ni cerca, sino en tu nariz. Y es este órgano el encargado de procesar los datos que circulan a tu alrededor.
Este sentido es de naturaleza paradójica: despierta placer, risas, confusión, cuestionamiento, deseo, información incierta y precisa. Es a la vez bestial y divino, grosero o etéreo, social y antisocial.
¿La anosmia, por tanto, será un llamado a despojarse de nuestra animalidad para entrar definitivamente en la era virtual?
Transitamos hacia experiencias automatizadas, robóticas donde la memoria humana no da abasto ante la sobreabundancia de información. La tecnología en sociedades desarrolladas es ya un soporte central de la actividad humana: en el juego, en el trabajo, en el consumo, en el hogar, en el automóvil.
¿Necesitamos del olor cuando nos relacionamos a través de las pantallas?
Las estrategias de marketing presencial dirían que los aromas permiten atraer a los consumidores. ¿Y cuando la compra se vuelve remota, estos perfumes saldrán desde mi teléfono, iPad o PC al ingresar en una tienda online?
Por tanto, esa pérdida de olfato temporal nos hace replantearnos cuán adentro estamos en la era de inteligencia artificial.