¿Crisis total o tiempos mesiánicos?
Por Gachi Waingortin
A Harari lo conocemos. En sus tres libros, el best seller presenta su innovadora visión del pasado, presente y futuro de la humanidad. Conocemos también a Maimónides. Hijo dilecto del siglo de oro español (1135-1204), vivió en un entorno musulmán ilustrado y en contacto con algo revolucionario que la sociedad estaba redescubriendo: la lógica aristotélica.
El Rambam nos legó dos grandes obras. Mishné Torá, escrito en hebreo para los judíos observantes, es un libro de Halajá. Analiza el Talmud, clasifica, ordena y aclara la manera correcta de llevar una vida judía normativa. La “Guía de los Perplejos” o “Guía de los Descarriados” (Moré Nevujim), a su vez, está escrita en árabe y apunta a un público totalmente diferente: judíos tan alejados del judaísmo que ya no sabían leer hebreo; personas “modernas” que consideraban al judaísmo obsoleto y retrógrado ante el avance innegable del pensamiento aristotélico.
Aunque quizás no somos conscientes de ello, Aristóteles (384-322 a.e.c) estableció nuestra manera de pensar. El pensamiento lógico aristotélico nos dice cosas tan obvias como que toda cosa es idéntica a sí misma; que, si algo es verdadero, su negación debe ser falsa (si es de día, no es de noche); o que existe una relación racional entre causa y efecto. ¿Por qué era tan novedoso el pensamiento lógico? Porque hasta Aristóteles, lo que primaba era el pensamiento mágico, según el cual las acciones o la voluntad (humana o divina) pueden modificar la realidad sin una explicación racional válida. Y porque primaba el principio de autoridad, según el cual todo lo que dijera la Biblia u otra autoridad religiosa era verdadero y no podía ser objeto de análisis.
Podríamos decir que Maimónides analiza el futuro de una humanidad que se encamina hacia la irrupción del pensamiento racional. Para él, judío observante y filósofo aristotélico, era imperativo compatibilizar sus dos pasiones y anunciar a los “descarriados” que podían volver a abrazar la fe de sus padres sin sacrificar la visión científica del mundo. Su propuesta es que la contemplación de la naturaleza debe provocar asombro por su perfección y equilibrio, atributos que la naturaleza comparte con su Creador y que el ser humano debe adquirir para sí mismo. El ser humano de excelencia es, entonces, un ser equilibrado, que nunca se desvía hacia los extremos y que, mediante la contemplación de la naturaleza llega al conocimiento filosófico de D´s. No hay nada mágico en esto, no hay supersticiones ni es sobrenatural. Es, simplemente, la evolución natural del ser humano en su camino hacia la perfección.
Al hablar de perfección, Maimónides está esbozando su idea de lo que será la era mesiánica: la sociedad ideal, según el Rambam, dará las condiciones políticas y económicas para que el ser humano deje de perder tiempo y energía en trabajar y tenga suficiente tiempo libre para dedicarse a la reflexión filosófica. Dado que la lucha por la supervivencia impide que el ser humano se dedique al crecimiento espiritual, la paz sociopolítica permitirá la paz mental. En la definición de Maimónides, la era mesiánica brindará la perfección física que permitirá la perfección espiritual.
Yuval Noah Harari, por su parte, analiza el futuro de una humanidad que se encamina hacia la automatización. Mucho más temprano que tarde, los humanos seremos reemplazados por la inteligencia artificial. Estamos cada vez más cerca de una sociedad robotizada donde seremos superados en la mayoría de nuestras capacidades, no solo en las técnicas sino también en creatividad e imaginación, por los algoritmos. El escenario que se presenta es catastrófico: la desocupación masiva podría generar hambrunas y conflictos violentos y, lo más grave de todo, haría que el ser humano se sienta absolutamente irrelevante.
Hoy la provisión del sustento no solo ocupa casi todo nuestro tiempo, sino que llega a conformar la razón de nuestra vida; el trabajo es la principal fuente de realización personal. ¿Qué pasaría si un altísimo porcentaje de la humanidad quedara desempleada? Frente a la potencial desaparición del trabajo humano, Harari hace una propuesta audaz: los Estados y las grandes empresas tecnológicas podrían proveer sueldos dignos para que las personas puedan invertir su tiempo en aquello que los haga felices.
Si hoy perdieras tu empleo teniendo todas tus necesidades cubiertas, ¿en qué usarías tu tiempo? La propuesta de Harari es temeraria, no estamos acostumbrados a pensar en esos términos. Sin embargo, nuestro Shabat es un espacio que nos invita a suspender nuestra actividad productiva para crecer espiritualmente. Lo que Harari propone (quizás sin ser consciente de ello) es un shabat perpetuo. La idea no es nueva, ya existe en nuestras fuentes y se denomina “iom shekuló shabat”: es la definición talmúdica de la era mesiánica.
Acá es donde ambos autores se unen. Uno es medieval; el otro, postmoderno; uno es religioso y respetuoso de la halajá; el otro, es un israelí laico. A uno le preocupa el futuro del judaísmo; al otro, el futuro de la humanidad. Y, sin embargo, comparten una visión común. La humanidad podría evolucionar, no hacia su autodestrucción sino hacia la autorrealización. El optimismo judío sugiere que deberíamos aprender a vivir de otra manera, con otros objetivos. Quizás sí podamos, algún día, encontrar a D´s.