“Hay que repensar que la cultura chilena no es única, forma parte de un proceso diverso y heterogéneo”
Por Miguel Borzutzky W.
-¿Cómo fue crecer en Valparaíso? ¿Y cómo lo compararía con el Valparaíso de hoy?
-Yo crecí en un Valparaíso muy diferente al actual, tanto en la realidad como ciudad como en el Valparaíso interior que se replicaba en mí. Mi infancia y juventud la pasé en la calle Rodríguez, en pleno centro de Valparaíso, vivía a dos cuadras de mi colegio que amaba profundamente, los Padres Franceses, que se ubicaba en la calle Independencia. Era una ciudad limpia, donde vivía rodeado de personas agradables, la gran mayoría de mis compañeros de colegio vivían al igual que yo, en los alrededores del mismo. Ahí transcurría mi infancia protegida y luego mi juventud en la Universidad Católica de Valparaíso donde se prolongaba la vida escolar. Una vida bastante idílica, un mundo de cristal donde todos nos conocíamos, ahora comprendo que había en Valparaíso una pobreza soterrada que yo no veía por mi incapacidad de verla como hijo de la clase media acomodada de la época, o bien porque la gente de menores recursos vivía en otros barrios y no bajaba al plan. Tiempo después me fui dando cuenta de las consecuencias del desaparecimientos de las fábricas (Costa, Hucke, Chilena de Tabacos) y de los problemas en el puerto con la llegada de las grandes grúas y la tecnología que dejaba a miles de personas cesantes. Ahora, observando el estallido social y las consecuencias en la ciudad, creo que esa vida que gocé es parte de la discriminación de las clases bajas, no verlas y no palpar las injusticias sociales, son parte del estallido que ha llevado a la ciudad al deterioro ruinoso en que se encuentra hoy.
¿Qué vio en el judaísmo que lo hizo convertirse ya hace un poco más de dos décadas?
-Vi la posibilidad de vivir en una filosofía de construcción de mi vida mejorando el mundo en que me tocó vivir; la posibilidad maravillosa de discutirlo todo y repensarlo todo; alejarme de la sacralización para quedarme con la humanización; sentir que no se puede amar a Dios sin antes amar al ser humano; incorporarme a una comunidad de seres muy pensantes que pueden analizar las escrituras desde los más diversos puntos de vista; tener rabinos sabios y estudiosos que tienen esposa e hijos y que viven la realidad diaria de compartir la vida con esas personas, y asumir las responsabilidades que ello conlleva. Yo escribí sobre mi proceso de conversión en la novela que lleva de título: “De La Cruz a la Estrella”.
Usted tiene ascendencia italiana y española. ¿Cómo marca eso en su vida?
-De ambos heredé el amor por la reflexión, por buscar las causas y los efectos, el agrado por participar en grupos y colectividades y la sensibilidad social que se despertó en mí ya avanzada la juventud.
¿Por qué decide estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Navarra? ¿Qué le llamó la atención de dicha institución?
-Nunca pensé en estudiar en la Universidad de Navarra, fue algo fortuito. Cuando me correspondía salir a doctorarme como parte de un programa de la Universidad Católica para especializar a sus docentes jóvenes, el Vicerrector Académico de la universidad, don Raúl Bertelsen Repetto, miembro del Opus Dei y destacado ex alumno de la Universidad de Navarra, me mandó a llamar para ofrecerme que estudiara en esa universidad que yo desconocía totalmente, y me habló maravillas de la vida universitaria en esa institución. Le dije que lo pensaría. Al mes fue nombrado Rector de la universidad y me insistió en el interés que tenía la universidad de enviar a sus académicos a Navarra. Así llegué a Pamplona acompañado de mi esposa, mi hijo y mi madre.
Cultura
- ¿Cómo ha sido su experiencia de formar parte del Consejo Nacional de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, en representación de comunidades migrantes?
-Desde todo punto de vista ha sido enriquecedora, he aprendido mucho de todos los miembros del Consejo, de la exquisita cultura de todos ellos, de la diversidad, profunda preocupación, respeto y afán por desarrollar las diferentes manifestaciones culturales que tenemos hoy en nuestro país. La situación por la que estamos viviendo nos ha obligado a todos a repensar la realidad cultural de Chile, ya no como una única “cultura chilena”, sino como un proceso cultural diverso, en constante evolución, y de gran riqueza, en la que los migrantes tienen un rol muy importante que vivenciamos constantemente en el uso del lenguaje, la variedad y riqueza gastronómica, la práctica de nuevos deportes; aporte de nuevas visiones académicas; diversidad religiosa; aportes a la danza y la música, tanto folclórica como clásica; nuevas visiones de la realidad plasmadas en el quehacer diario, etc.
Usted también es director de Cultura de la Sociedad Israelita de Valparaíso y Viña del Mar. ¿Cómo ha sido su experiencia?
-Una experiencia de orgullo, trabajo y preocupación. Orgullo por cuanto una comunidad tan pequeña como la nuestra trabaja constantemente para desarrollar la cultura, principalmente judía, a costa de mucho esfuerzo. Tenemos un colegio hebreo, sin duda motor en el desarrollo del judaísmo. Semanalmente editamos un boletín informativo que llamamos Kol, que contiene información comunitaria pero también notas sobre literatura judía y grandes personajes de la historia cultural de los judíos, obviamente que también con artículos sobre religión y mensajes de nuestro rabino; el año pasado adquirimos una “Torá ilustrada”, la primera de Sudamérica, que hemos puesto al servicio de los estudiantes de la región y de todos los que vengan a nuestra comunidad a leerla; tenemos un grupo de cine que presenta un cine foro una vez al mes; durante el año programamos diversas conferencias, y tenemos una temporada de verano que se caracteriza por la reflexión profunda sobre problemáticas judías.
Educación
- ¿Cuál es el principal problema que enfrentamos los chilenos hoy en día en el tema educacional? ¿Usted cómo pedagogo cómo lo observa?
Considero que en todo el sistema educacional chileno desde el pre-escolar hasta el universitario enfrentamos diversos problemas que podemos resumir en políticas educacionales mercantilistas; se ha desarrollado la educación como un negocio, y ello ha acentuado las diferencias sociales, y problemas valóricos como la falta de empatía, la segregación social y racial, y un empobrecimiento cultural y profesional a todo nivel. Además, prácticas pedagógicas que no están a la altura de los tiempos en términos tanto tecnológicos como de planes y programas de estudios, notándose un empobrecimiento cultural y mínimo desarrollo de pensamiento crítico. A esto se agrega una formación deficiente de profesionales de la educación y sistemas escolares que pretenden seguir haciendo lo mismo en jornadas repetitivas, desechando actividades al aire libre, o más originales y creativas.
Los intentos individuales o de algunas instituciones, no bastan, es necesario un compromiso del estado para cambiar la situación, realizando nuevos y representativos aportes económicos para efectuar modificaciones substanciales en todo el espectro educacional. Además, obviamente, de un cambio radical en la filosofía educacional, señalándola como un derecho de todos los individuos e individuas y no un privilegio de algunos. Tener claro que mejorar la educación es la única manera de sacar adelante nuestro país y tener la voluntad y generar las acciones para hacerlo. Así como la creación de un sistema de protección de la infancia y la juventud en sectores de riesgo social, que les aseguré una manutención digna y la posibilidad real de acceder a la educación tanto formal como informal.