La Ilusión de la Libertad de Expresión
Por Nicole Rodríguez - Periodista y conductora radial
En los primeros documentos de derechos humanos se afirmó específicamente que la libertad de expresión es un derecho inalienable y consiste en la comunicación libre de ideas y opiniones. Cada ciudadano puede, en consecuencia, hablar, escribir e imprimir con libertad, entendiendo que será responsable de los abusos de esta libertad que se definan por la ley. Significa hacer púbico un pensamiento sin miedo a represalias formales e informales. Consensuadas y adoptadas estas definiciones, las sociedades liberales se han concentrado esencialmente en debatir acerca de si debe o no ser limitada, cuánto y cómo. Algunos postulan que debiese condicionarse a favor de otros valores, entendiendo que esta libertad siempre tiene lugar dentro de un contexto de valores en competencia. Discusión no zanjada que los países han ido resolviendo a través de sus propios cuerpos legales. Unos más restrictivos que otros. Pero el problema actual se está produciendo con la desaprobación social. Ésta se ha constituido como una gran amenaza a la libertad de expresión. Las redes se prestan para prácticas excesivas en el ejercicio de este derecho. Son un escenario que facilita la difamación y la incitación a la violencia ( entre otros ) además de la rapidez con la que se propagan estos abusos. Ante esta dinámica tan potente, si el efecto es que las personas deciden no emitir su opinión o información por miedo a las represalias, burlas o indignación moral del resto, entonces estamos ante un control social que se impone. Una manera de censurar que merece tomarse en serio. La expresión de ideas y opiniones siempre tiene lugar en un entorno con convicciones, suposiciones y percepciones. Entonces lo que hacen las sociedades libres es defender la posición de cada uno y las respuestas van variando según el contexto. No es una simple garantía de desahogo personal. Lo que la hace fundamental es que fomenta la individualidad, la creatividad, la autenticidad y por ende, el desarrollo humano. Si se ve restringida o prohibida, esa opinión silenciada puede haber contenido una verdad o parte de una verdad, pero más importante aún, es que el resto de las opiniones no cuestionadas terminan por convertirse en prejuicios y dogmas que comienzan a heredarse sin ser cuestionados. En el mundo particular de las redes sociales, este control social se ejerce implacablemente y son los propios usuarios los que vulneran este derecho. Por eso, en una serie de foros internacionales se ha discutido bastante cómo entregarle un marco regulatorio a las redes para proteger la libertad de expresión. En algunos casos se ha planteado incorporarle las mismas reglas que rigen para los medios tradicionales. En otros se puede leer entrelíneas que más que proteger al usuario y su libertad, hay un interés central por limitarlas a favor del poder político. Es tan profundo el cambio, que incluso hay acuerdos internacionales donde se plantea que el Estado debe garantizar el acceso universal a Internet para asegurar el disfrute efectivo del derecho a la libertad de expresión. Son temáticas nuevas. Aún no está claro cómo hacerlo bien y cualquier regulación mal hecha podría cambiar la naturaleza extraordinaria que proporcionan estos medios a libertad de expresión, en la que Internet y sus aplicaciones aparecen como uno de los mecanismos ideales para el pleno desarrollo de un derecho fundamental. Un contexto que podría dañarse gravemente si la gente espera que le impongan una larga lista de reglamentos para saber cómo comportarse. Procurar que la libertad de expresión ocupe un lugar amplio en la sociedad es una obligación individual. Es comprender que las amenazas no provienen de quienes expresan ideas contrarias a las propias, sino que el verdadero peligro es regalarle el espacio a quienes finalmente detentan el poder o intentan imponer dogmas. En pocas palabras, dice el profesor norteamericano de Derecho Stanley Fish, ¨ la libertad de expresión no es un valor independiente, sino un premio político ¨.