Lecciones
Por Yael Speisky Rozenbaun
Ahí, con su imponencia individual, sin ser opacados por nosotros los humanos quienes habitualmente las invadimos. Ella nos muestra y nos hace sentir el verdadero poder que tenemos ante su presencia. Se ha manifestado millones de veces a través de huracanes, maremotos, eventos sismológicos, a través de pandemias que hemos podido manejar (en menor o mayor tiempo), que nos dejan lecciones sobre construcción, innovación, medidas preventivas y paliativas, sistemas de seguimiento, avances en medicina, etc.
Pero, ante este fenómeno, éste que hoy sabemos hará historia, el que nos inmoviliza, nos pone al límite, nos encierra, atrapa, embiste, pero no lo podemos controlar. ¿Qué nos viene a enseñar? ¿O será que nos viene a recordar algo que ya sabían los que no se veían expuestos a este nivel de velocidad? ¿O bien, los que viéndose expuestos, tuvieron la sabiduría suficiente de recordar que no es la meta lo importante sino el camino que recorres para llegar y como lo realizas?
¿Cuál es el desafío inherente a este virus? ¿Será la evolución médica, la mejoría de los sistemas virtuales de educación, laborales, de reuniones sociales? ¡Porque estoy viendo que no logramos bajar la velocidad y ver el camino! Siento que no nos estamos enfocando en el adentro, y no reiterativa y equivocadamente en el resultado.
Quiero contarles y relacionar este fenómeno y cómo se vive desde aquellos que son mayores, los que no nacieron o se criaron con un teléfono (menos uno inteligente), los que llevaban a casa amarrados sus papeles sueltos para aprender, los que escuchaban a la vecina porque era la única forma de enterarse lo que sucedía en sus barrios. En fin, aquellos que jugaban con lo que había en casa, comían lo que tenían, escuchaban a su entorno, sabían a quién debían ayudar porque lo conocían.
En la residencia Beit Israel vivimos el fenómeno a su velocidad, aquella que nos están enseñando día a día. Nosotros, en una necesidad casi impulsiva, junto con aplicar todas las medidas de seguridad conocidas, activamos además todas las conexiones virtuales hacia el exterior. Y ahí, de pronto, sin darnos cuenta, ellos nos volvían a dar la lección.
No necesitaban ver a sus hijos, nietos, hermanos, etc., con la rutina con la que nosotros hablamos a través de estos sistemas con los nuestros. Tampoco se les hacía tan difícil entender que había que estar en casa, que no se podían tocar y que salir o recibir a sus familias, amigos, rabinos o profesores, ya no podían, o por ahora no era posible. ¡Ellos están bien! Saben que estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo por cuidarlos. Que llegarán momentos mejores y que ahora es tiempo de escuchar y de escucharse.
Lógicamente nos esmeramos mucho en mantener sus rutinas kinésicas y de entretención en la medida de lo necesario y posible. Sin embargo, ellos están mejor que nosotros, ellos sabían y no habían olvidado lo importante, ellos viven su camino sabiendo que la meta llegará por sí sola, y que -por lo tanto- como recorremos el camino es lo que está en nuestras manos.
Gracias a ellos es que en Beit Israel se vive mejor.