Leer Tazría Metzorá en tiempos de Coronavirus
Por Gachi Waingortin
La exégesis tradicional equipara la palabra metzorá (que podríamos traducir como “leproso”) con “motzí shem ra”, maledicencia. De ahí que esta extraña enfermedad se relaciona con “lashón hará”. La misma Torá confirma esta idea: cuando Miriam habla mal de su hermano Moshé, enferma de tzaraat (Bemidvar 12:10).
Efectivamente, el hablar mal de otros puede asimilarse perfectamente a una enfermedad contagiosa: daña a quien lo hace y a la víctima de la calumnia, pero también a quien lo escucha, quien puede a su vez propagar a terceras personas que pueden multiplicar el efecto hasta el infinito. Una calumnia sale de una boca, pero es imprevisible a cuántos oídos puede llegar. No solo infecta a quien habla, sino a todo su medio familiar y social, hasta su casa se ensucia. Y el daño puede llegar a ser tan mortal como una enfermedad física. Las parshiot Tazría y Metzorá nos recuerdan cada año la importancia de cuidar nuestras palabras, de no hablar de más.
No olvidemos los tres filtros que debemos aplicar antes de hablar: verdad, utilidad y bondad. Solo debemos decir lo que nos consta que es cierto, necesario y beneficioso. Si es verdad y es necesario, pero es dañino, podemos hablarlo con las personas involucradas en privado o eventualmente recurrir a un Beit Din, pero jamás propagar maledicencia.
Este año, sin embargo, la lectura de Tazría Metzorá fue diferente. Este año leímos sobre personas que padecían una enfermedad contagiosa, que debían aislarse de la sociedad. Debían guardar cuarentena y depender de alguien que iría cada siete días a inspeccionar las llagas, para determinar si ya podían regresar al campamento o si tenían que permanecer recluidas otros siete días, hasta la siguiente inspección. Este año hemos sentido empatía con aquellos enfermos que esperaban estar sanos para volver a abrazar a los suyos. Este año, Tazría Metzorá nos habló de nosotros mismos.
También este año recibimos mensajes relevantes. El primer mensaje tiene que ver con la persona que entraba al sector de los contagiados para revisar las heridas. El encargado de verificar si las llagas se habían extendido era el Sumo Sacerdote. Para ponerlo en términos modernos: no era un médico del staff, no era el jefe del servicio: era el Ministro de Salud. Esto nos enseña la importancia que la sociedad debe darle, no solo a la salud pública, sino a la dignidad del enfermo. Es la persona más importante del orden social la encargada de visitar, diagnosticar, atender a los que padecen una enfermedad grave. El miedo al contagio puede paralizar a todos, salvo a quienes tienen la capacidad de ayudar.
Y esto nos lleva a la siguiente enseñanza: si el que atendía a los enfermos era el Sumo Sacerdote, necesariamente se trata de una tarea sagrada. Hoy estamos rodeados de personas que han asumido sobre sus hombros la tarea sagrada del Sumo Sacerdote. Personas que abandonan la seguridad de sus hogares para permitir que la sociedad siga funcionando. Médicos, enfermeros, paramédicos, hacen una tarea sagrada. Pero no son los únicos. Dependientes de farmacias, supermercados, bombas de bencina, hacen una tarea sagrada. Repartidores, policías, recolectores de basura, hacen una tarea sagrada. Todos somos conscientes de ello y les estamos profundamente agradecidos.
Pero hay algo más. Como sabemos, cada parashá está dividida en siete aliot, para cuya lectura de Shabat son llamadas siete personas. Y es tradicional que una aliá nunca termina con algo malo. Sin embargo, en este caso hay dos aliot que terminan diciendo que, si el Sumo Sacerdote observa que las llagas no remitieron, el enfermo debe permanecer en cuarentena otra semana más. ¿Por qué por nuestros sabios habrían dividido así estas aliot? ¿Qué puede tener de bueno que te condenen a otra semana de reclusión? Si el gobierno establece una semana adicional de cuarentena en nuestra comuna, ¿es eso una buena noticia?
Quedarnos en casa nos permite cuidarnos y cuidar a los otros. Si siempre soñaste con ser un héroe y salvarle la vida a alguien, quedarte en casa te ofrece esa oportunidad. Una semana más de cuarentena son siete días adicionales de altruismo, de postergar gratificaciones personales en aras del bien común. Cuando todos lo hacemos, estamos informando a nuestros vecinos que nos importan y ellos nos lo hacen saber a nosotros. En una sociedad tan individualista, quedarse en casa es una tarea sagrada.
Pero hay más. Suspender nuestras actividades fuera de casa nos da la oportunidad única de transitar tiempos y espacios inexplorados. Si te toca estar solo, puede ser una oportunidad de encontrarte a ti mismo. Si estás en pareja o con tus hijos, la convivencia puede ofrecer instancias de compartir que no se daban habitualmente. Parar la máquina puede ser un pretexto para crecer, para encontrar sentido en lo esencial, para entender que podemos vivir con muchas menos cosas de lo que creíamos. La cuarentena puede ayudarnos a ordenar nuestras prioridades para que, cuando todo esto termine, tengamos más claro en qué y con quién queremos ocupar nuestro tiempo. Cuando todo esto termine, dudo que lloremos de emoción al volver a entrar a una tienda. Pero con toda seguridad lloraremos cuando abracemos a nuestros seres queridos. Si salimos de esta emergencia fortalecidos, habrá sido una tarea sagrada.