Gracias a las gestiones de Gaby R. de Yudelevich pudimos entrevistar a Rukhl Schaechter. Gaby, de profundas raíces sionistas e yiddishistas, creció con padres que le inculcaron desde pequeña los textos y la cultura yiddish, incluido el periódico The Forverts que recibían de Nueva York y el cual gozaban leyendo, especialmente la columna “El Consultorio Sentimental”.
Para Rukhl Schaechter el yiddish forma parte de su esencia, así como trabajar por mantener vivo ese idioma. “Antes el yiddish era tan rico; su vocabulario, sus expresiones, y actualmente se habla de forma muy plana, porque la gente no lo escucha lo suficiente, no vive en un entorno donde se hable. Incluso yo, cuando aprendo expresiones, lo hago desde la literatura. Quisiera que hubiera comunidades que hablaran yiddish, además de las jasídicas, e incluso estas, en los Estados Unidos, lo mezclan mucho con el inglés”, asegura Rukhl.
Tiene un programa en Youtube, “The Yiddish Word of the Day”. Actualmente, suma unos 100 capítulos, probablemente con unos 2,5 millones de visualizaciones en su conjunto, lo cual indica cuánta gente realmente quiere aprender yiddish.
Editora del diario digital The Yiddish Forward (Forverts) de Nueva York, Rukhl creció en el Bronx. Es psicóloga del Barnard College, estudió en el Jewish Teachers Seminary de Hertzlia, Israel, y en el Bank Street College of Education de Nueva York.
Energética, de inconmensurable iniciativa y una facilidad de palabra sublime, confiesa que le encanta hablar. Digamos más bien que pespuntea sus ideas con un hilo preciso, siempre acompañadas de buenas historias y sólido conocimiento. Claramente, no es de respuestas de una sola línea. Siente que tiene tanto que decir… Y se agradece, porque escucharla es un placentero aprendizaje.
Al mediodía del viernes entra en una especie de trance, planificando la cena de Shabat. Simplemente, le apasiona la preparación de comidas, en general, así como la danza folklórica israelí que ha practicado durante años. Para ello se reserva dos horas los jueves por la tarde. No en vano ha aprendido ya unas 60 coreografías. También disfruta alentando a los abuelos a mantener el vínculo con sus nietos, mediante la transmisión de la cultura yiddish. “Aunque los niños parezcan no prestar atención, siempre están escuchando”, asegura.
Se siente orgullosa de poder escribir y editar textos en forma rápida, así como redactar canciones de cumpleaños. Piensa que todos deberían aprender un segundo idioma, para dejar de ser etnocéntricos, y si se es judío, la prioridad son el hebreo o el yiddish. Ver más comunidades hablándolo es uno de sus sueños.
Idioma “cool”
Provienes de una familia de yiddishistas. Tu padre, Mordkhe Schaechter, fue un lingüista del yiddish quien estudió y enseñó este idioma en los Estados Unidos. Tu tía Beyle fue una poeta y escritora de canciones en yiddish. Cuéntanos sobre tu infancia con estos dos grandes personajes…
- Crecí en el Bronx, y en frente de donde vivíamos había una escuela de yiddish que tenía una excelente educación. Yo iba a un colegio público durante el día y luego, a las 15 hrs., por una hora y media, teníamos estudios judaicos. Aprendíamos a leer literatura yiddish, historia judía en yiddish, leíamos historias de la Biblia en yiddish, aprendíamos canciones en yiddish, montábamos obras en yiddish, y cada viernes teníamos un Oneg Shabat. Oneg significa felicidad, entonces el Oneg Shabat es cuando lo celebras, aparte de hacer las bendiciones y disfrutar de las comidas tradicionales. Nos sentábamos alrededor de una mesa con mantel blanco, usualmente había cantos, los profesores nos contaban una historia, generalmente con una moraleja, y después comíamos jalá y tomábamos jugo de uva. Y cuando había una festividad solíamos preparar alguna presentación para los padres. Todo en yiddish. Mi papá, que enseñaba yiddish en la Universidad de Columbia, decidió iniciar un club de yiddish para incentivar a los niños a hablar el idioma entre ellos. Quería inculcarles que el yiddish puede ser entretenido. Entonces, cada sábado nos llevaba con mis hermanas, mi primo y otros dos chicos que también vivían en la misma cuadra, más los niños de la escuela. Mi papá, que era un profesor universitario, con lentes, de cabello delgado, cada sábado por la tarde se transformaba en algo así como “El Flautista de Hamelin”. Nos llevaba a un parque y hacíamos todo tipo de juegos en yiddish, además de compartir un picnic. A él le interesaba mucho la botánica, entonces nos enseñaba todos los nombres de las plantas y árboles en yiddish, y cantábamos todo el tiempo. Su misión era mostrar la riqueza del idioma, y él lo hacía “cool”. Nosotros, entre los niños, hablábamos de todo en yiddish: programas de televisión, superhéroes. Éramos chicos muy norteamericanos, pero al mismo tiempo fluidos en yiddish.
Mi tía Beyle, hermana de mi papá, inició una revista donde nosotros podíamos publicar nuestras historias y poemas. Tanto el club de mi papá como la revista se llamaban “Enge Benge”, que es una canción para contar.
¿Te gustaba el yiddish o te sentías extraña, siendo adolescente?
-Nunca me sentí de esa forma. Sí avergonzada por mis padres (ríe…). Si mi madre venía al colegio, me escondía. No quería que la vieran. Pero pienso que eso es algo universal. Me avergonzaba tal vez el hecho de que mis padres eran tan judíos, pero nunca respecto al yiddish, y creo que fue porque mi padre lo hacía ver entretenido y teníamos amigos con los cuales hablar el idioma, pero también porque mi padre era un hombre establecido, muy conocido y respetado. Si yo hubiera venido de un lugar donde el yiddish hubiera sido asociado con ser diferente, empobrecido, de haber tenido que vivir en un lugar pequeño, tal vez lo hubiera asociado con algo negativo, pero yo me sentía orgullosa, mi papá era profesor de yiddish en la Universidad de Columbia, y teníamos una linda casa, al igual que mis familiares y vecinos. Cuando un niño tiene una buena autoestima y proviene de una clase socioeconómica media-alta, a menos que haya problemas en casa, en general los niños son felices. Si yo no hubiera ido a una escuela yiddish, hubiera pensado que todo era sobre el colegio en inglés. Luego fui también a campamentos de verano yiddish llamados “Hemshej” (Continuidad), iniciados por un partido socialista judío. Ahí desarrollé una fuerte identidad judía.
Entiendo que comenzaste a hacerle preguntas sobre D-s a tu padre cuando tenías 17 años. En ese entonces él te confesó que era ateo. Sin embargo, respetaba Shabat. ¿Cómo iniciaste tu proceso hacia la ortodoxia?
-Bueno, realmente lo que hacíamos en Shabat era las bendiciones del vino y el pan, comíamos sopa de pollo, kugel, y luego nos sentábamos a ver televisión. Mi padre decía que era una actividad familiar y, por lo tanto, parte de Shabat. Fue mi hermana menor la que empezó a interesarse por la religión. Recuerdo que hicimos con ella un contrato que decía que cuando creciéramos las dos nos casaríamos con chicos que usaran kipá. Ella tenía 12 y yo 17. Nosotros íbamos a la sinagoga solo para Rosh Hashaná y Iom Kipur, y yo me aburría. No entendía nada; no habíamos aprendido el servicio religioso en la escuela yiddish. Entonces, yo pasaba el rato en el baño con mi hermana. Recuerdo que a los 12 o 13 años, para Simjá Torá, mis padres nos llevaron al Seminario Teológico Judío. Cuando entramos al hall y estaban todos bailando con la Torá, yo nunca había visto algo así; toda esa gente joven y chicos lindos con sus kipot cantando en hebreo y bailando con la Torá, cargando a los niños en sus hombros…Vi lo hermoso que era el judaísmo religioso. Yo lo relacionaba con gente vieja. Fue la primera vez que vi que podías ser joven, “cool”, buenmozo y ser religioso. Y eso me hizo pensar “me gusta la gente que no se avergüenza de usar kipá en público. Me gustaba ese orgullo, esa certeza”. Me sentía muy atraída por eso. Ese fue mi primer paso. Por eso, cuando tenía 17 empecé a preguntarle a mi padre sobre D-s, y él se molestó conmigo y me dijo “¿no sabes que soy ateo?”, y yo le dije que no sabía. Empecé a ir a cenas de Shabat, pero era todo con el objetivo de encontrar a un chico. La ironía fue que cuando finalmente encontré al hombre con quien eventualmente me casaría (él era de Polonia), él no estaba para nada interesado en la religión, pero sabía yiddish. Ninguno de mis novios anteriores sabía yiddish, entonces fue muy atractivo para mí. También el hecho que fuera polaco, porque yo era tan americana. Yo pensaba que a través de él podría conocer a mis ancestros. Entonces, no fuimos religiosos por un tiempo. Luego nos mudamos y en 2003 decidimos ser ortodoxos. Mis hijos ya eran adolescentes.
Lineamiento de vida
En 1998 trabajabas como profesora de yiddish en una escuela judía, y tu pasión era escribir ficción en yiddish, pero un día te llamaron para ser reportera de The Yiddish Forward (Forverts). ¿Aceptaste de inmediato?
-No, lo primero que pensé fue que en la escuela Kineret, donde trabajaba, no les sería fácil encontrar otra profesora de yiddish. No podía dejarlos; no era correcto, aunque solo trabajaba un par de horas a la semana, no tenía un gran sueldo ni tampoco beneficios. Simplemente, lo sentía por el colegio; sentía que no debía hacerlo. Y mi marido me dijo: “Estás loca, ¿te están ofreciendo un trabajo de tiempo completo con beneficios y no lo vas a aceptar?”. Entonces llamé de vuelta al editor, que era Boris Sandler, un escritor en yiddish de la ex Unión Soviética, y le dije que tomaría el empleo.
El Forverts fue fundado en 1897, en New York, y se convirtió rápidamente en un diario nacional. En la década de 1920 su circulación sobrepasó a la del New York Times, con 275.000 ejemplares diarios. Incluso tenía una estación de radio. ¿Cuál fue la clave del éxito?
-Recuerda que en ese tiempo había tantos inmigrantes judíos viviendo en Manhattan. Ellos se bajaban del barco y no sabían hablar bien inglés. El diario sintió que era una oportunidad muy importante para enseñarles de qué se trataba Norteamérica; la belleza de estar en un país libre. Muchos venían de países donde se cometían pogromos en contra de ellos y ahora llegaban a un país libre. No era que no hubiese antisemitismo; lo había, pero era moderado. No podías entrar a ciertos hoteles, a determinados clubes o universidades. Era difícil, pero no era tan preocupante como su situación en Europa donde eran asesinados. Para ellos era una experiencia completamente diferente. Abraham Cahan, fundador del Yiddish Forward y su primer editor durante muchos años, sentía que era su misión mostrarles a los judíos inmigrantes a apreciar lo que Norteamérica representa, enseñarles a luchar por sus derechos como trabajadores (porque él era socialista), incentivarlos a unirse a los sindicatos (uno de los más populares era el textil) y más. Cahan sentía que necesitaba formarlos para luchar por sus derechos, enseñándoles que esto no era Ucrania o Polonia donde la policía vendría y te mataría, sino que había que luchar y obtener el respeto del gobierno. Entonces muchos judíos, unidos con otros, como italianos e irlandeses, fueron muy activos en los sindicatos, y el diario estaba mucho detrás de eso. Al mismo tiempo, su objetivo era culturizar a los judíos sobre, por ejemplo, cómo eran las recetas de comida en Norteamérica, cómo hablar con la gente, no gritar, hablar suavemente, tener buenos modales. El diario tenía también una columna, llamada “Bintel Brief” (Manojo de Cartas), sobre consejos que daba el editor en base a cartas personales que enviaban los lectores como, por ejemplo: “Por favor ayúdeme; mi hijo se casará con una mujer no judía, ¿qué puedo hacer?”. Entonces, a través de la columna se respondían las cartas, y era una columna muy popular. Esto demuestra cuánto la gente esperaba leer el diario. No era algo que la gente leía solo por las noticias. Nos veían como un lineamiento de vida; como un apoyo.
Foco en la unidad
En 1983 el Forverts se redujo a una publicación semanal. Siete años después nació The English Forward. Actualmente ambos son online. Desde 2016 eres la editora del Forverts, la primera mujer, la primera norteamericana y la primera shomer Shabat en ese puesto. ¿Cuáles fueron los desafíos entonces y ahora?
-Estaba muy ansiosa por finalmente ser capaz de pensar en qué dirección quería tomar, y era difícil porque éramos solo dos personas. En 1998, cuando llegué al diario, había un gran equipo. Había alguien encargado exclusivamente del área tecnológica, de subir el contenido al sitio web, y yo tuve que aprender todo eso sola. Era todo nuevo para mí. Yo no era una persona tecnológica. Bueno, nadas o te hundes. Sabía que para mantener mi empleo tendría que aprender a postear artículos, y me hice bastante profesional. Ese fue el mayor desafío para mí. The English Forward supuestamente debía postear muchos artículos sobre política, mayoritariamente de izquierda, pero también de derecha, y yo no quería lidiar con eso. The Yiddish Forward tiene mucho de ambos. Yo quería enfocarme en lo que nos unía, que es el yiddish y su cultura. No quería que se discutiera sobre política. Si la gente quería enviar un artículo de opinión, en yiddish, sobre política, bien, pero no sería lo que definiría al Forverts.
Como un lenguaje que nació y evolucionó en Europa durante los últimos 1.000 años, siendo trasplantado a países de todo el mundo, obviamente su carácter ha cambiado, provocando cambios para nosotros en Forverts. Básicamente, quienes hablan yiddish en los países de habla inglesa usualmente utilizan la sintaxis del inglés cuando hablan yiddish, o simplemente mezclan muchas palabras del inglés con su yiddish. Los hispanoparlantes hacen lo mismo con el yiddish y el español, así como quienes hablan hebreo e yiddish. Debido a esto, hemos llegado al punto en que quienes hablan o estudian yiddish no siempre entienden el yiddish hablado por personas de otros países. Debido a esto, hago un esfuerzo para ver que el yiddish utilizado en nuestros artículos sea reconocible para quienes lo hablan, en todos los países. Por ejemplo, usamos palabras que aparecen en diccionarios en yiddish, y si un autor emplea una palabra que pienso que la mayoría de nuestros lectores nunca han escuchado (especialmente artículos escritos en yiddish jasídico), le pido que use una palabra distinta o la explique. Mi objetivo es asegurarme que todos nuestros lectores entiendan los artículos que publicamos, sin importar la procedencia del autor.
El Forverts incluye videos de cocina y también otros con subtítulos en inglés, orientados a personas no fluidas en yiddish. ¿Han pensado en expandirse más allá del idioma inglés, incluyendo subtítulos en otros idiomas, así como artículos?
-De hecho, recibimos hace algunos años un requerimiento de nuestros lectores y oyentes en París, solicitando que nuestros videos de cocina tuvieran subtítulos en francés. En ese momento les mandamos una manera de poner los subtítulos, pero creo que lo hicieron solo con un capítulo. Hay una forma de hacerlo en Youtube. Podría funcionar para español, pero no lo sé, porque cuando el yiddish se traduce, por ejemplo, al inglés, es terrible. No importa lo que la gente diga sobre la inteligencia artificial; cuando se trata del yiddish lo artificial no funciona, sea Google o subtítulos generados automáticamente. Por eso decidimos hacerlo nosotros mismos.
En la década de 1930 el yiddish era hablado por unos 13 millones de personas. En 2005 decreció a unos 3 millones y actualmente se estima a la mitad, fundamentalmente dentro de las comunidades judías ortodoxas. ¿Es posible atraer a la gente joven hacia la cultura yiddish?
-Mucha gente joven se siente atraída por el yiddish, principalmente porque buscan algo distinto. Crecieron de cierta manera en que todo lo relativo al judaísmo tenía que ver o con la tradición religiosa o con Israel. Algunos jóvenes no están interesados en Israel en absoluto, no se identifican, que es uno de los problemas que la comunidad judía está teniendo y me parece muy triste. Con lo que sí se identifican es con la gente, la cultura, y están descubriendo el yiddish. Hace un par de años la aplicación para aprender idiomas Duolingo tenía 38, y agregó el yiddish. En dos semanas había 250.000 estudiantes, y no todos judíos; muchos alemanes, suecos, que ven al yiddish como cercano a sus idiomas. Aquí en Nueva York estamos teniendo ahora, hasta el 22 de agosto, un retiro de una semana, que se hace todos los veranos, de solteros, familias y adultos mayores, todo en yiddish.
Gaby R. de Yudelevich ha querido mantener la continuidad del yiddish a través de sus hijas y nietos, mediante canciones y frases tradicionales. Asimismo, durante ocho años acogió en su casa a un grupo de aproximadamente 23 mujeres yiddishistas, dirigidas por Lidia Bohorodzaner, donde se pasaron momentos maravillosos leyendo a Scholem Aleijem e Isaac Bashevis Singer, entre otros autores. Se cantaba, se conversaba y se intercambiaban historias de sus antepasados, todo en un ambiente muy relajado. Entre las participantes estaban la morá Pnina, la morá Frida, Paulina Bohorodzaner, Nena Rosenblut, Clarita Miller y Rosita Clein. ¿Por qué no poder revivir grupos como este?