Se nos olvidó que somos seres humanos
Las opiniones de la editorial no necesariamente representan la opinión de La Palabra Israelita.
Por Matt Erlandsen, MA Estudios Internacionales y PhD(c) en Comunicaciones
Hay una respuesta adicional y que atraviesa las demás: se nos olvidó que somos seres humanos.
Escribo esta columna desde la comodidad de mi escritorio. Tengo el privilegio de que no me falte nada y de que una de mis máximas preocupaciones es llegar a mi casa para pasear a mi perro. Vivo en una burbuja, y como probablemente muchos otros más de nosotros, siento estabilidad y seguridad en mi vida. En muchos modos, pertenezco a la élite de este país, y por lo mismo una de mis tareas es redistribuir ese privilegio.
El profesor canadiense Fred H. Knelman hablaba en 1981 de la ‘miopía social’ que la vida moderna –¡en ese entonces!– estaba generando, explayándose en un canon sociológico abordado por Marx, Weber y Durkheim, la ‘miopía política’: los tomadores de decisiones se alejan físicamente de los grupos sociales menos privilegiados dado el contexto natural de sus vidas. Con ello, se pierde la visión de los problemas que afectan a la ciudadanía y se percibe la realidad como si la viéramos a través de un monóculo. Para resolver esto, contamos con mecanismos en casi todas las democracias que ayudan a mantener ese vínculo: la posibilidad de contratar asesores que se mantengan en contacto con las personas, la imposibilidad de reelegirse indefinidamente, plataformas de participación ciudadana, o sistemas de inteligencia interna, por ejemplo. No obstante, como cualquier enfermo que no ve, es preciso tener un diagnóstico para poder mejorar.
El dolor que siente Chile en estos días es porque nuestro país miope no quiere ir al oculista. Vivimos muy pendientes de cuándo se lanza el nuevo teléfono de moda, de conseguir como sea las nuevas zapatillas de marca, de mandar a nuestros hijos al colegio en el cerro más encumbrado de la cordillera, de reservar pasajes de avión en el próximo cyberday a un destino lo más exótico posible, y de la fecha de la preventa en blanco de las entradas a Lollapalooza. Mientras, dejamos de preguntarnos cómo se llama el vecino, de saludar en el ascensor, de darle las gracias a quien nos ayuda a estacionar, de considerar que si un empleado o empleada llega tarde es debido a que debe cruzar la ciudad completa para llegar a trabajar, de agradecerle a la secretaria por preocuparse de los detalles.
Lo que hoy está pasando en Chile, esta ‘revuelta social’, no es más que los síntomas de una miopía social aguda que está reclamando por ir al doctor.
En una de las noches de protesta, se proyectó la palabra ‘Dignidad’ sobre uno de los lados del edificio Telefónica en Plaza Italia. No era un llamado por más dinero, ni a convertirse en Robbin Hood, ni a comenzar la revolución. Era un clamor por un simple trato justo, un grito a no olvidar que el homo económicus es también un ser humano. Si queremos sanar, y construir una sociedad mejor, debemos empezar por observar con atención a quienes nos rodean.