“Sigo haciendo lo mío, que es devolverle a la gente dientes y sonrisas”
Por LPI
Rosenberg es, además, profesor visitante de la Universidad Cayetano Heredia de Lima, Perú, de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, de la Universidad Católica del Uruguay y de la Universidad de Chile. Es autor de numerosos trabajos de investigación en oseointegración y ha desarrollado un amplio trabajo de voluntariado en materia de salud dental, entregando sonrisas a personas que -por su situación económica o geográfica- de otra forma no podrían acceder a la restauración de sus dientes.
Como nos cuenta, salvo un mes que estuvo fuera de su consulta, se ha mantenido en actividad durante esta pandemia, por supuesto siguiendo un estricto protocolo COVID19. “Ha sido complicado, pero hay que adaptarse”, dice, en especial porque la mayor parte de los servicios dentales de emergencia cerraron, de manera que “los dentistas que atendemos urgencias tuvimos que hacernos cargo desde temprano del problema”.
¿Cómo se formó en la oseointegración?
-Fui alumno, en Suecia, del Profesor Per-Ingvar Branemark, que fue quien inventó los implantes dentales. Él descubrió que el titanio se pegaba al hueso, descubrimiento que no solamente se usa en odontología, sino también en Medicina General. Las placas y todo lo que se usa en medicina ortopédica son de titanio por lo mismo, porque tiene un comportamiento biológico con el hueso. Eso genera la posibilidad de hacer implantes que son duraderos en el tiempo, que se unen con la parte ósea y duran toda la vida, porque no son cuerpos extraños alojados en los huesos, como lo que podría pasar con un tornillo de acero.
¿Qué lo ha motivado a participar en operativos dentales para personas de bajos recursos?
-Básicamente, yo sigo haciendo lo mío, que es devolverle a la gente dientes y sonrisas. También trabajo bastante con pacientes fisurados, de labio leporino. Por mucho tiempo trabajé como voluntario en la Fundación Gantz, que se dedica a atender en la comuna de Lo Prado a niños y personas con otro tipo de lesiones que ocasionan la pérdida de hueso y de dientes, a quienes nosotros les poníamos implantes.
Recién, también, participé de un trabajo internacional a través del cual fuimos a la Isla de Pascua y pudimos ponerle implantes a un montón de personas mayores que eran desdentados totales. Ese trabajo lo lideró la Foundation for Oral Rehabilitation, que se encuentra en Suiza.
Creo que uno tiene que siempre devolver la mano en lo que hace, y -como decimos los judíos- una mitzvá te lleva a otra cosa. Uno, al hacer cosas por los demás, se enriquece mucho.
Hay una cosa que es imperceptible para la gente que no tiene problemas dentales, que es cómo afecta la vida de una persona el tener problemas en sus dientes o que le falten piezas dentales.
-Totalmente. Branemark, que fue mi mentor, se metió en el tema dental, se involucró mucho y se dio cuenta de que la gente que no tiene dientes tiene problemas sicológicos importantes; él decía que eran “Inválidos orales”, porque es gente que no tiene una sociabilidad normal, regular, no se pueden sentar a la mesa ni compartir con la familia. Y eso afecta mucho sicológicamente. La gente que pierde un diente en su vida, ya se da cuenta de que es algo complicado, y cuando pierdes todos, imagínate lo que puede ser.
¿Y este tipo de iniciativas les permite llegar a personas que de otra forma no podrían financiar un tratamiento de este tipo?
-Claro, y nosotros estamos siempre en una búsqueda de dar soluciones que sean económicamente razonables y no creer que esto sea única y exclusivamente para personas para grandes recursos. En general, en estos días, con los implantes resuelves el problema de mucha gente. Y no necesariamente tiene que ser una persona rica, basta que pueda hacerse cargo de ciertos costos de tratamiento para acceder a eso, pero no es un lujo; lo fue cuando partió, pero ya no.
Además, se ha ido instaurando en la mente de las personas que existe una posibilidad con implantes, entonces la gente busca, pregunta. Y antes no era así, la persona que perdía sus dientes sabía que no podía hacer nada y se ponía una placa, pero ya no.