La historia es así: Pedro Koenig, amigo de Amit Nachari, conoción a Violeta Knapp mientras trabajaba en el Hogar CISROCO, y supo que ella tenía escrita una compilación de las historias del proyecto. Los contactó a los dos, y decidieron entonces embarcarse en la aventura de escribir un libro biográfico a dos voces, la de Violeta relatando sus historias de vida y la de Amit rescatando el testimonio de ella en los momentos en que faltaba información. El resultado fue el libro “Sin símbolos ni estrellas” (2020), editado por Azafrán y que puede ser adquirido a través del mismo co autor, en su correo electrónico amitnachari97@gmail.com.
¿Cómo nació la idea de hacer este libro con Violeta?
-Nació a través de un amigo mío, que conoció a Violeta y me contactó con ella. Tenía 40 capítulos de su vida escritos e impresos, donde relataba de su primer amor, historias de vidas familiares, de sus ideas políticas, de su vida laboral. Le manifestó Pedro que quería que alguien le editara estas memorias y que ojalá las convirtiera en un libro. Me preguntaron si me interesaba y de ahí en adelante que empezamos a trabajar juntos, hace unos 15 meses.
¿Este es el primer trabajo de este tipo que te tocó hacer?
-Sí. Esta semana ya salió la versión impresa, trabajamos con la Editorial Azafrán, que es una editorial que hace proyectos a privados, incluidas empresas y memorias familiares, y la versión impresa tiene 152 páginas. Pero es liviano y rápido de leer, yo creo que en un fin de semana una persona lo puede leer perfectamente.
¿Cuán difícil fue el trabajo de compilación, redacción y edición del libro?
-Lo difícil fue como completar una vida, intentar llenar vacíos de tantos años, historias y experiencias. Además de que cuando yo le hacía una pregunta sobre una historia en particular a Violeta, ella podía estar mucho tiempo contándome historias de su vida. La cantidad de información era un poco abrumadora, y tuve que elegir qué poner y qué no poner. Y también fue difícil el hecho de que nunca me había enfrentado a un proyecto de escritura tan grande, lo que estoy acostumbrado a trabajar desde la universidad son relatos cortos, a lo más cuatro a 10 páginas si es que es algo de investigación. Pero pasar a algo de 70 páginas en Word es otra onda, e intentar instalar una voz que se mantenga durante todo el relato era distinto, inédito, algo en lo que yo nunca había trabajado, entonces fui aprendiendo en el camino.
¿Qué fue lo que te llamó más la atención del relato de Violeta?
-Más que llamarme la atención, la motivación que tuve o la razón de ser fue que en Chile y, en general, las memorias más valoradas son las memorias de sobrevivientes del Holocausto. Entonces, cada vez que yo le comentaba a alguien el proyecto en el que me estaba embarcando me preguntaban: “¿Ella sobreviviente del Holocausto?”. Y yo decía que no y al tiro había como una decepción, porque siempre que se habla de memoria, se habla de Holocausto. Entonces, creo que esto es algo nuevo y quiebra esa tendencia, porque es memoria de alguien que no vivió ese trauma, porque se escapó a Chile en 1939, pero aunque no esté esa sobrevivencia al Holocausto hay otros elementos interesantes que se presentan dentro de la historia; igual hay desarraigo, sólo que no tan morboso. Entonces, como que el no sobreviviente del Holocausto no puede contar su historia porque no está dentro de las historias que escuchamos año a año. Me pareció una voz nueva y distinta. Y, respondiendo, a tu pregunta sobre qué es lo que me llamó la atención, fue el pasaje de escapó de Hungría a Chile, vía Italia, en un barco que se demoraba meses, y ahí hay momentos muy interesantes porque a guerra justo comienza cuando ellos están en ese viaje. Violeta y su familia se enteran de lo que está pasando en Europa captando las señales radiofónicas, y ahí escuchan del avance de los nazis y de todo el acontecer de la guerra. Y ella era la única que sabía alemán en su familia, por lo que ella –con siete u ocho años- era la encargada de pasarle la información a todos los húngaros que iban en ese barco. Violeta considera esa etapa de su vida como el fin de su infancia, el fin de la inocencia.
¿Cómo fue esta experiencia para ti?
-En términos personales, creo que fue enriquecedor. Hay un valor muy importante en el judaísmo, que tiene que ver con los niveles de placer: se supone que el cuarto nivel es crear algo que tú crees que está bien o que puede generar un impacto positivo. Entonces, sentí que el trabajo que estaba haciendo no era solamente para pasar un ramo en la universidad o para adquirir experiencia laboral, sentí que estaba creando algo que podía ser valioso, tanto para ella y su familia, como para la comunidad. Generar memoria fue algo que me motivó desde un principio.