Una nueva arquitectura internacional
Por Ricardo Israel Zipper, Cientista Político
Es lo que ocurre con las propias Naciones Unidas y sus organismos territoriales (ejemplo, la CEPAL) y temáticos (Cultura, Agricultura, otros). La misma composición de su Asamblea General ha variado enormemente desde su primera reunión. En ese entonces, eran pocos los países africanos independientes, cuando hoy son 54.
Su Consejo de Seguridad que es la institución de mayor poder, tiene el anacronismo que aquellas potencias con derecho a veto representan a los ganadores de la segunda guerra, lo que explica que ni Alemania ni Japón lo integren. El propio poder de veto lleva a que las grandes potencias se lo salten con frecuencia.
La situación anterior también se refleja en organizaciones que agrupan países por afinidad o región. Es el caso de la Organización de Estados Americanos, OEA (1948), la Unión Africana, la Liga Árabe, y la actual Unión Europea, cuyos orígenes se remontan a los 50’s.
Las Naciones Unidas no solo tienen un componente político, sino también uno económico, ya que aún antes que terminara la segunda guerra se dio el punto de partida al Banco Mundial y al FMI, que surgieron como instituciones a las cuales acudían los países, pero que han perdido protagonismo en un mundo en que los capitales se mueven con velocidad apretando la tecla de un computador. Evidencia que refleja otra época está en sus estatutos, donde todavía aparece Bélgica con mayores derechos accionarios que la muy potente China.
Por último, lo anterior también se aplica a alianzas militares como la OTAN que nació para enfrentar a un país que ya no existe como lo fue la desaparecida URSS, y que desde su derrumbe busca sin encontrarlo un sentido a su objetivo militar. De hecho, como organización tiene pocas respuestas para el mundo de hoy. En efecto, ¿a qué guerra irían juntos Francia, Turquía y Estados Unidos?
El resultado es en general irrelevancia y muchas críticas a una burocracia excesiva, costosa y en general ineficiente. A lo anterior, hay que agregar el sesgo creciente en instituciones que debieran carecer de él como la UNESCO y sobre todo la vinculada al tema de los Derechos Humanos, que concentra su atención en forma obsesiva en Israel y no en violadores sistemáticos de estos derechos universales. Además, su Consejo ha estado integrado por países como Pakistán, la Libia de Gaddafy, la Siria de Assad, Arabia Saudita, Cuba o Venezuela.
Esta burocracia que estuvo muy contenida durante la guerra fría se ha convertido en una alternativa de poder, que en general no rinde cuentas a sus mandantes (los países), y que ha dado muestras de buscar imponer una visión casi única de los valores bajo los cuales debiera organizarse el mundo. De hecho, la crítica a esta arquitectura internacional es un elemento común en este fenómeno de líderes políticos que han sido electos con la promesa de poner a sus países “primero”. No solo Trump o Bolsonaro, sino también Hungría, Polonia, Filipinas, y por cierto, el muy poderoso Putin. Lo anterior es un reflejo más que la caída del Muro de Berlín no fue el “fin de la historia” como lo postuló equivocadamente Fukuyama, sino el origen de una nueva etapa, donde la política se hace presente como siempre lo ha hecho bajo la forma de selección entre alternativas.
En resumen, la arquitectura de las organizaciones internacionales no es adecuada al mundo del s XXI. Es un sistema ineficiente y obsoleto y se necesita una nueva institucionalidad que refleje en lo económico y en lo político, la actual diversidad.
¿Se puede hacer?
Ahí se complica el panorama, ya que solo un país todavía está en condiciones de hacerlo, además de seguir siendo su financista: el que lo originó, es Estados Unidos, pero como tantas otras veces, su debate presidencial está enfocado en disputas internas, y dada la actual polarización en nada están de acuerdo demócratas y republicanos, por lo que tampoco se puede obtener el apoyo de otros dos actores claves del mundo de hoy, China y Rusia.