La operación que frena una amenaza global
En estos días, hemos estado en alerta y profundamente preocupados. Muchos tienen amigos o familiares en Israel, quienes han debido enfrentar el contraataque de Irán, entrando una y otra vez a los refugios, permaneciendo en alerta permanente y viviendo bajo la tensión de lo que pueda ocurrir.Más allá de los detalles — por los medios de comunicación y fuentes directas— es interesante abordar una arista estrictamente política, recordando a Samuel Huntington, quien, tras la caída del Muro de Berlín escribió su obra “Choque de Civilizaciones”, para entender los conflictos mundiales que se avecinaban. Huntington sostenía que los principales conflictos del mundo ya no serían ideológicos o económicos, sino culturales y religiosos. Su tesis define a 9 civilizaciones —basadas en elementos como religión, historia, idioma y valores—que serían centrales en las futuras tensiones geopolíticas. En ese marco, se le debe reconocer su capacidad de anticipar los enfrentamientos entre Occidente y la “civilización islámica” (1 de las 9 que definió). El 11 de septiembre de 2001 marcó un antes y un después: la caída de las Torres Gemelas mostró de forma brutal hasta dónde puede llegar la “guerra santa”, el choque de civilizaciones en su máxima expresión. Luego vendría la islamización de Europa y ataques terroristas en casi todos sus países miembro.Sin embargo, la amenaza nuclear es la que define el escenario actual.Antes de la Revolución Islámica de 1979, Irán e Israel cooperaban en una alianza tácita, pero la instauración del régimen islámico en Teherán cambió todo, pues los ayatolas se impusieron como objetivo eliminar a Israel. Cuando la semana pasada, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) confirmó que Irán violó las salvaguardias nucleares, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) bombardearon instalaciones clave y realizaron operaciones quirúrgicas para descabezar a la Guardia Revolucionaria y al equipo de científicos a cargo del enriquecimiento de uranio. Lo que estamos presenciando se alinea exactamente con la tesis de Huntington: un enfrentamiento entre la civilización islámica y Occidente, donde la amenaza nuclear puede alcanzar no solo a Israel o a sus vecinos, sino también a Europa, incluyendo a otros países lejanos, aliados de Irán, que podrían convertirse en base para cometer atentados. No debe olvidarse la participación probada de Irán en el atentado contra la AMIA, así como su implicación en el ataque a la Embajada de Israel en Buenos Aires.En este sentido, resulta incomprensible que hoy se discuta la acción de Israel sin considerar que Irán es una amenaza global. Por lo mismo, el pasado lunes, distintos países que se había distanciado de Israel defendieron el ataque. Es el caso de Francia, cuyo presidente, Emmanuel Macron expresó: “No podemos vivir en un mundo donde Irán tenga el arma nuclear”, anunciando que su país defenderá a Israel frente al régimen de Teherán: “He informado al gobierno israelí que estamos dispuestos a participar en su defensa”. Alemania, en tanto, dijo que la postura unitaria de Europa en el G7 es que Irán no puede poseer armas nucleares. Europa lo tiene claro: por cercanía geográfica y porque también ha sido víctima del terrorismo vinculado a la “guerra santa”. Es más, el académico y analista internacional, Guillermo Holzmann ha dicho que: “ninguna potencia del mundo quiere que hoy Irán tenga capacidad nuclear o acceso a ella, incluyendo no solo a EE.UU. y al G7, sino también a China y Rusia”.Frente a todo esto, es sorprendente que existan tantas personas, e incluso países, que ignoran esta realidad y actúan bajo la lógica de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. En este caso, Irán sería el enemigo de Israel, y, por tanto, algunos adoptan una postura de apoyo a Irán. Pero esto no es solo ignorancia: es el resultado de una demonización sistemática hacia Israel, que ha pasado a ser, para muchos, un enemigo común mundial.Partamos por la declaración de mayor impacto: Nicaragua. El país centroamericano condenó enfáticamente la “temeraria agresión de Israel”, agregando, “nuestra invariable solidaridad con el Líder Supremo de la Revolución Islámica de Irán, Ayatolá Ali Jamaneí y el Presidente Masoud Pezeshkian, con el Pueblo iraní, así como con los familiares de los defensores que el genocida Estado israelí ha asesinado” Chile, en tanto, expresó su profunda “preocupación” tras el ataque y dijo que “bajo ninguna circunstancia, las instalaciones nucleares deben ser objeto de ataques”. Como dijo el Filósofo, escritor y profesor, Manfred Svensson, en el diario La Segunda del lunes pasado: “Uno de los misterios del presente, es que una parte de la izquierda siga siendo capaz de empatizar con ese tipo de régimen. Que sea capaz de concebirlo como víctima”.El apoyo explícito e inexplicable hacia Irán —país responsable del 74% de las condenas a muerte en el mundo en 2023—, se manifiesta de diversas formas. Más allá de las siempre odiosas redes sociales, se ven manifestaciones en distintos países en donde se emiten mensajes realmente escalofriantes: “Vamos, Irán, destruyan al ente sionista”; “Irán, termina lo que Hitler empezó”; “Estamos con Irán”, entre muchos otros. Estas frases revelan una preocupante incomprensión de la realidad, de lo que representa el régimen de los ayatolas, de cuáles son sus principios, sus objetivos y su historia. Es una ignorancia que, a estas alturas, resulta francamente sorprendente y que atenta contra la propia seguridad de Occidente.Amenaza global con ecos en Occidente y América LatinaLa escalada de tensiones entre Israel e Irán ha dejado de ser un conflicto regional para convertirse en una amenaza de alcance global. Las implicancias de esta guerra, alimentada por décadas de financiamiento iraní, al terrorismo y por un antisemitismo persistente en varios puntos del planeta, tocan directamente a Europa, América Latina y a todo el mundo occidental. Comprender sus raíces y su proyección es esencial para dimensionar lo que está en juego.Desde la revolución islámica de 1979, Irán ha promovido una política exterior que mezcla religión y geopolítica, con un fuerte énfasis en la expansión de su influencia a través de grupos armados. Teherán ha sido señalado por financiar y armar a organizaciones terroristas como Hezbollah en Líbano, Hamás en Gaza, y otras milicias en Irak, Siria y Yemen. Estas estructuras operan como brazos armados del régimen iraní, llevando a cabo atentados y desestabilizando gobiernos en nombre de una lucha ideológica que desafía el orden internacional.Europa no ha sido ajena a las consecuencias de esta estrategia. Los servicios de inteligencia han frustrado varios intentos de atentados vinculados a agentes iraníes o a sus proxies. Países como Francia, Alemania y Bélgica han denunciado públicamente la actividad de redes de espionaje y financiamiento del terrorismo con origen en Irán. El caso de Bélgica es especialmente alarmante: la presencia de comunidades radicalizadas y la permisividad con discursos antisemitas han generado un caldo de cultivo peligroso. En 2018, las autoridades belgas frustraron un intento de atentado contra una concentración de opositores iraníes en París, planeado desde suelo belga y coordinado por un diplomático iraní.El antisemitismo, presente en algunas fracciones de la sociedad belga y europea, alimenta indirectamente la narrativa del régimen iraní. Este discurso ha dejado de ser marginal y ha comenzado a permear ciertos sectores políticos y sociales, especialmente a través de campañas que disfrazan su odio hacia Israel bajo la bandera del antisionismo. Esta postura no solo legitima las acciones de grupos como Hamás, sino que erosiona los valores democráticos y pluralistas que Europa dice defender.Occidente en general enfrenta un dilema complejo. Mientras busca contener las ambiciones nucleares de Irán mediante negociaciones diplomáticas, debe lidiar con las consecuencias de su inacción frente al expansionismo iraní. La guerra con Israel ha demostrado que la contención no ha funcionado: Irán sigue armando y financiando a milicias en toda la región y más allá. La amenaza se ha globalizado, y ningún país puede considerarse al margen.Sudamérica también está implicada en esta red internacional. La región de la Triple Frontera —compartida por Argentina, Brasil y Paraguay— ha sido señalada por organismos internacionales como un punto clave de financiamiento de Hezbolá, con vínculos directos a Irán. En Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro ha estrechado relaciones con Teherán, facilitando rutas aéreas, acuerdos económicos opacos y espacios para la expansión de su influencia.El caso de Argentina es emblemático. En 1994, un atentado contra la sede de la AMIA en Buenos Aires dejó 85 muertos y más de 300 heridos. La justicia argentina ha señalado como responsable al entonces agregado cultural iraní en Buenos Aires, Moshen Rabbani, quien hoy ocupa cargos de relevancia dentro del aparato teológico iraní. La falta de cooperación iraní con la justicia argentina y su decisión de premiar a un acusado de terrorismo con cargos institucionales demuestra el desprecio del régimen por el derecho internacional y las víctimas del terror.En resumen, el conflicto entre Israel e Irán es complejo y multifacético, con dimensiones históricas, regionales, de seguridad, económicas, culturales y religiosas y no debe leerse como un conflicto local o circunscrito al Medio Oriente. Sus raíces ideológicas, su red terrorista global y sus efectos colaterales en Europa, América Latina y el resto de Occidente hacen de este enfrentamiento una amenaza que trasciende fronteras. Si el mundo libre no responde con decisión y unidad, las consecuencias serán cada vez más difíciles de contener.