publicado hace 3 días
Emocionante reencuentro en Israel
Fue la primera vez que se reunían en Israel. Después de todos estos años, un grupo de los que fueron los niños y niñas del Hogar de Niños de la B’nai B’rith, que funcionó entre las décadas del ‘70 y el ‘80 en Santiago, se encontraron en su actual país de residencia. Ellos y ellas, junto a quienes aún viven en Chile, se habían mantenido en contacto por Whatsapp durante los últimos años. La visita de Gabriela Yudelevich a Israel motivó la reunión. La tía Gaby, como la llaman ellos, de quien durante años recibieron amor y cuidados, igual como lo hace una mamá. La encargada de organizar el encuentro fue Gisela Flores. Israelí desde hace 19 años, Gisela tiene 50 años de edad, tres hijos y trabaja con estudiantes con capacidades diferentes. Su departamento en Afula fue el lugar donde los hombres y mujeres, nueve en total, que alguna vez fueron los niños y niñas del hogar, se encontraron. Nunca habían estado todos juntos, a pesar de vivir en el mismo país. En el caso de Gisela, había emigrado a Israel siguiendo a su hermana, Tamara, que también se crió en el hogar. Ella fue una de las niñas más pequeñas que estuvo en el hogar: entró a los cuatro, en 1976, estuvo hasta los 12 años de edad. Recuerda con detalles la vida en la institución. Dice que algunos de los niños iban al Instituto Hebreo y otros colegios públicos cerca de la casa ubicada en calle Maira. Del colegio volvían al hogar y hacían sus tareas. La tía Gaby los ayudaba en todo lo que ella podía. También tenían clases de hebreo y celebraban las fiestas judías. Los fines de semanas podían ver a sus padres o a sus abuelos. Sus padres estaban separados, y para ella y su hermana era difícil visitarlos. Gisela recuerda que, además salir en paseos, a veces iban a Algarrobo los fines de semana, también para las vacaciones de verano, donde podían ir también a Quintero o Coquimbo. El período en que Gisela vivió en el Hogar de Niños coincidió con el tiempo en que Gabriela Yudelevich fue motor del lugar. “Gaby era un amor, siempre ha sido así. Ella nos dio todo sin pedir nada a cambio, no recibió un peso del hogar ni del directorio, porque ella nunca lo quiso, ni aunque se lo hubieran ofrecido. Todo lo que hacía lo hacía por amor a nosotros y le gustaba ayudarnos. Ella estuvo al pie del cañón, nos ayudaba a hacer tareas, nos traía ropa para ponernos bonitos. Siempre tuvo esas ganas de tirarnos para arriba y, que como niños, estuviéramos contentos. Estuvo preocupada de nosotros, incluso iba a nuestras reuniones de colegio como apoderada. Estaba muy pendiente de todo, si faltaba algo ella iba, sin importar dónde, pero lo buscaba. Nosotros éramos sus hijos en esos momentos”. Por estas razones es que se reunieron especialmente para encontrarse con Gabriela en Israel, que se encontraba en un viaje familiar. En la reunión, conversaron, compartieron, comieron juntos y recordaron anécdotas de su niñez. Cantaron todos juntos “Hine ma tov umanaim”, la canción que cantaban con Gaby para la celebración de cada Shabat y cada jag. Fue como un encuentro familiar. “Somos todos como hermanos, si nos criamos todos juntos”, señala Gisela. De asistente social a mamá“Soy asistente social por vocación, desde que tengo uso de razón, porque mi papá -que era médico- me presentó desde muy niña asistentes sociales en los hospitales, que me cautivaron. Cuando adolescente, una de mis tías paternas, Mariana Roizblatt, que era una de las fundadoras del Hogar de Niños de B’nai B’rith, me invitó a dejar enseres a este lugar. El amor con el hogar fue a primera vista y apenas me casé, hace 54 años, decidí colaborar como voluntaria ahí. Estuve 18 años de mi vida. Mi marido me decía “Pero Gaby, lo único que te falta es llevarte la cama al hogar”, por que estaba casi viviendo allá. Pero soñé con que en mi vejez vería cada niño con su propia familia, con éxito, y mi sueño de manera muy inesperada se cumplió hace pocas semanas en Israel”. Así recuerda Gabriela Yudelevich su voluntariado en el Hogar de Niños y el encuentro con quienes fueron como sus hijos, realizado unas semanas atrás. Un sueño cumplido, como explicó, en especial porque ella, muy sionista, siempre les habló de la posibilidad de hacer una vida en Israel. Porque no solo los acompañaba y aconsejaba, “era como una mamá para ellos, los acompañaba al dentista, era su apoderada en el colegio, los llevaba al doctor, organizaba los bar y bat mitzvá”. De la misma forma, se preoupaba de reunir los fondos para financiar las diversas actividades y cubrir distintas necesidades. “Fueron 18 años maravillosos, de amor, de cariño, de cariño mutuo, junto a un directorio que necesito destacar. El presidente era don Pincus Goldblum; como vicepresidente don Abraham Kohan; como Secretario don Egon Rosenfeld, un hombre brillante; como tesoreras Mansi Rosenfeld, Carlota Lasser y Gerda Wolff, que llevaban las cuentas de manera maravillosa y voluntaria. Tengo que destacar también a la tía Teresita, porque ella tenía que ver con la ropa de los niños, y se preocupaba de la vestimenta de cada uno, era una mujer buenísima”.“También quiero destacar, de manera muy notoria, la labor de la tía Marina. Ella era la mamá de los niños en el hogar, fue la que dio sus noches y sus días, sus cumpleaños, sus días sábado y domingo a los niños. Nunca nadie supo su apellido, seguramente estaba registrado en alguna parte, pero nunca le pregunté porque era como un ángel que vivía en el hogar. De la misma forma, quiero destacar también la labor de las profesoras de judaísmo, como Rosita Schaulsohn, y la labor de las psicólogas Ety, Brenda y Gaby. El cantante Pablo Trebistch también iba a amenizar, y de quien los niños se acuerdan mucho es de Simón Keller y de su acordeón. Es importante mencionar al Dr. Balassa, que iba a atender a los niños al hogar, y al Dr. Klorman, que los atendía en su consulta. Y a los dentistas del policlínico israelita, hoy CMI, que se portaron estupendo”.“En el hogar formé muchos grupos que me encantaba organizar, grupos para aportar plata, señoras que ayudaban a hacer las tareas, grupos de señoras que iban en Shabat para estar con los niños. Estas últimas estaban relacionadas con la WIZO, y quiero destacar a Margot Gutmann, que era la que muchas veces agrupaba a las señoras y organizaba lo que iban a traer. También organicé grupos con señoras que jugaban naipes, a las que les pedí que pusieran $ 5.000 pesos por cada vez que se juntaban a jugar, y con eso se podía ir a comprar cosas de almacén para los niños. Ellas aceptaron encantadas. La despensa del hogar estuvo siempre repleta. También organicé desfiles de moda y rifas, y siempre la gente colaboraba, porque las cuentas siempre cuadraban”. La recaudación de donaciones era una de las labores más desafiantes que Gabriela debía realizar para el hogar. Sin embargo, dice que debe agradecer a muchas personas, “porque puerta que se golpeada era puerta que se abría. Eran muy pocas veces la puerta que nos abrieron”. Sin embargo, la empresa más grande que le tocó enfrentar fue el cambio de casa para el hogar. “Cuando yo entré por primera vez al hogar como voluntaria, la casa era oscura, triste, con grietas y con cables eléctricos oxidados a la vista. Era una casa horrible, y tenían una figura en el living que aterrorizaba a los niños, les daba susto. Entonces yo me propuse una meta, me dije “Yo aquí me quedo hasta lograr una casa buena para los niños”, y lo logré golpeando puertas. No fue fácil, pero a veces de quien uno menos espera pone el doble. También agradezco a la comunidad húngara, a los que visité y decidieron nombrar una representante, la señora Yosif, que llegó al hogar e hizo que todos se cuadraran con el proyecto. Fui puerta por puerta golpeando y logré que la casa se comprara. Fue Don Víctor Grinstein quien me ayudó a recorrer los corredores de propiedades para encontrarla. Había una herencia de 10 mil dólares que tenía el hogar de reserva, y yo conseguí otros 50 mil. Y se compró una casa en calle Maira, que existe hasta hoy”. “Yo llevaba a los niños al cine, al zoológico, al circo, los invitaba a mi casa. Vivimos muchas anécdotas. Por ejemplo, una vez yo necesitaba un aporte de una gente muy importante, que yo sabía que podía colaborar. Era la fiesta de Shavuot. Estas personas iban a venir a las siete de la tarde al hogar. Llamé a la Mónica Weber para que les enseñara unos bailes, a Simón Keller para que tocara el acordeón. A los niños les mandamos a hacer trajecitos tenía sus canastos con frutas y estamos todos listos para recibir a nuestros potenciales donantes. Y llegó el día, el asunto es que eran las siete, las siete y media, las ocho, y la gente no llegaba. Entonces le dije a los niños “Saben qué, vamos hacer toda la fiesta nosotros no más”. Los niños tenían hambre y estaban esperando que llegaran estas personas, pero si no llegaban, no llegaban. Así que los niños hicieron la fiesta, bailaron, cantaron, dijeron lo que tenían que decir,. Terminamos la fiesta y apareció la gente que iba a hacer la donación. Entonces les dije “Niños, todo de nuevo” y ellos, tan amorosos, repitieron todo lo que habían preparado, y nadie se quejó. Y, lo más importante, es que las personas hicieron su aporte”. “En esos 18 años, vi niños que llegaron al hogar y otros que se fueron cuando ya eran grandes. No recuerdo exacto el número de niños, pero el promedio cada año era alrededor de 23. Eran niños a los que me nacía proteger. Los abrazaba, les daba cariño. Yo soy una persona de dar, de compartir amor, y eso lo aprendí de mi papá, que iba los días domingo a los cerros de Valparaíso a atender a pacientes sin cobrar un peso”.“Después 18 años y cuando ya estaba en la casa, mi marido me dijo “Mira Gaby, tú ya has dado mucho para el hogar y la verdad es que ya se compró en la casa, los niños están bien”, y también se compró una casa para adolescentes, con un aporte que hizo un señor de Canadá, y en el alhajamiento de esa casa ayudó Ula Kychenthal”. Fue ahí cuando decidió retirarse, dice Gabriela, pero no perdió contacto con los niños y niñas del hogar. Se encontraron, contactaron y finalmente se reunieron en Israel. “Este reencuentro ha sido uno de los premios mas lindos que he recibido en mi vida y me ha dado mucha felicidad”, comenta Gaby, con emoción. “Me gustaría agregar un reconocimiento a mis dos hijas, que muchas veces me acompañaron junto a los niños del hogar. Y un gran reconocimiento a tantas personas que, de buena voluntad, colaboraron por amor y sin esperar agradecimiento o retribución alguna”.