El Líbano también está hundido en la corrupción y en la división; fuimos advertidos
Ksenia Svetlova, Adaptado por Leandro Fleischer
La gran explosión que sacudió al Líbano ayer (martes) no se sintió en Israel, y sin embargo, me sentí muy sacudida cuando vi las imágenes del apocalíptico Beirut. Dos veces visité esa ciudad como periodista de asuntos árabes del Canal 9. Dos veces me sorprendió su belleza y glamour. Caminé por sus hermosos barrios que fueron restaurados notablemente con precisión después de la Guerra Civil y reflexioné sobre el trágico destino de esta brillante capital, que siempre está a un paso del próximo desastre.
Nadie puede esperar que suceda una tragedia de una magnitud similar a la que aconteció en el puerto de Beirut, y sin embargo, si tuviera que nombrar una capital árabe donde podría ocurrir esto, mencionaría a Beirut sin dudarlo.
Las ruinas de la Guerra Civil y los bombardeos israelíes todavía eran visibles en todas partes cuando visité el país en 2005 para cubrir el asesinato de Rafik al-Hariri, el primer ministro que fue asesinado por Hezbollah cuando su convoy pasó por el centro de la ciudad. Incluso en aquella oportunidad se abrió un gran pozo en el suelo y los vidrios de los edificios en un radio de kilómetros volaron por la fuerza de la explosión. 20 personas fueron asesinadas además de Hariri. Un año después, cuando estalló la Segunda Guerra del Líbano, los hermosos edificios de estilo colonial francés restaurados por el fallecido primer ministro volvieron a temblar por los bombardeos.
Al igual que el fénix, Beirut siempre se levantaba de los escombros después de hundirse en el polvo. Continuó bailando y regocijándose a pesar de los severos ataques terroristas, e incluso en medio de la crisis en 2008, cuando Hezbollah casi conquistó la ciudad. Muchos libaneses todavía creían que Beirut sería capaz de mantener las apariencias a pesar de que otros se fueron del país, renunciando a la antigua patria que los asfixió y los decepcionó.
¿Cómo se restaura media ciudad que quedó destruida? Antes, el multimillonario al-Hariri se hizo cargo de los trabajos de construcción sobre las ruinas de Beirut después de la Guerra Civil, recaudó fondos y contribuyó en gran medida en diversos proyectos. Pero como se mencionó, no ha estado vivo durante 15 años y ahora no está claro si habrá alguien con una fortuna que pueda salvar al país de sí mismo.
Durante muchos años, una gran crisis de gobernanza ha dado señales en el Líbano. A veces se manifiesta en la incapacidad de elegir un presidente o formar un gobierno y otras en la bancarrota. El Líbano, como el Titanic de Oriente Medio, se ha hundido durante todos estos años en la corrupción y en la inmoralidad que han impedido el crecimiento y la renovación, sufriendo una falta de gobernanza y una división que han polarizado aún más a la sociedad libanesa que, de todos modos, siempre se ha estado dividida.
En 2020, el Líbano se declaró oficialmente en bancarrota, y el hambre, así como la angustia económica y social, están creciendo y nadie parece hacerse responsable de la situación. No queda mucho del “estado”, que en el mejor de los casos se puede definir como un estado fallido.
Israel se muestra hoy solidario con el Líbano, y esto es muy importante, incluso si, como se espera, el país vecino no acepte la ayuda ofrecida. Pero es igualmente importante que no sólo nos sorprendamos ante los horrores, sino que también intentemos comprender: ¿Por qué se perdió el Líbano? ¿Cuáles fueron los procesos que lo llevaron a la situación actual?
Entre los países del Medio Oriente, el Líbano siempre ha sido el más parecido a Israel. Paisajes, comida y alegría de vivir. Cuando caminaba por la playa de Beirut, me pareció como si estuviera por llegar al paseo marítimo de Tel Aviv. Pero también en el lado negativo - de la corrupción, la falta de gobernanza y la tremenda división - hay similitudes entre Israel y el Líbano.
Israel, por supuesto, no es el Líbano. Las instituciones aquí son mucho más estables y poderosas que lo que han sido alguna vez en el Líbano. Pero incluso en Israel no se puede ignorar el debilitamiento del sistema de gobierno, la grieta que impide la estabilidad gubernamental y la falta de estrategia que caracterizan el período reciente. No es posible salvar al Líbano que ha experimentado una versión reducida del apocalipsis, pero quizás aún podamos salvarnos a nosotros mismos.
*Ksenia Svetlova fue miembro de la Knesset por Hamajané Hatzioní, es investigadora principal en el Instituto de Política y Estrategia del Centro Interdisciplinario Herzliya y directora del Programa de Relaciones Israel-Medio Oriente en el Instituto Mitvim. Esta columna fue publicada el 6 de agosto en Ynet Español.