Haciendo Memoria
Cuando me invitaron a participar en La Palabra Israelita con una columna, la primera pregunta que me vino en la cabeza fue: ¿sobre qué escribo? Muy rápidamente pensé “¿Por qué no escribir sobre lo que vengo desarrollando en el campo educativo ya hace más de 10 años y que amo, que es la memoria judía?”.Cuando llegué al Instituto Hebreo, en 2015, el primer cambio que hice fue en el nombre de la disciplina de historia judía a memoria judía. “Los judíos no tenemos historia, tenemos memoria”, dice el educador Abraham Infeld. En los 10 años que viví en Israel y trabajé en el Majon Le Madrijim de la Agencia Judía, tuve la oportunidad de conocer los pensamientos de este gran educador que, en mi humilde opinión, es uno de los más importantes referentes en la educación judía contemporánea. Infeld, analizando lo que está pasando principalmente en Estados Unidos con los jóvenes judíos, donde 50% elige no seguir autodefiniéndose como judío, se preocupó en desarrollar una respuesta a esta problemática. Su modelo educativo apunta a la continuidad judía, pero con una educación basada en la elección. Dice Infeld, “Not unified, but united”. No tenemos que ser todos los judíos iguales en nuestras prácticas, pero tenemos que ser unidos como pueblo, tener algo en común entre todos. Hasta el iluminismo del Siglo XVIII, el principal elemento que caracterizaba ser judío eran las prácticas religiosas, esto era así para el judaísmo como para cualquier otra religión, ya que antes de la edad moderna no existía el concepto de secularización. Uno era reconocido por ser parte de un grupo religioso. Se podía dejar un determinado grupo únicamente si te aventurabas a ser parte de otro. Es solamente con el iluminismo que religión y Estado se separan y las personas pasan a ser ciudadanos del Estado, su identidad puede ser secular nacional y no más religiosa. Esto generó un cambio profundo en la identidad judía.La influencia del iluminismo en el judaísmo llevó Moisés Mendelssohn a desarrollar el movimiento de la Haskalá, el iluminismo judío, que significó una apertura del judaísmo a la sociedad gentil. Este movimiento abrió espacio para que surjan otras formas de ser judío en el mundo moderno, ya no solamente a través de las prácticas religiosas existentes en el “gueto judío de la Edad Media”, lo que a su vez llevó también a un elevado número de asimilación y deserción del judaísmo.El dilema que Infeld trata de contestar sigue la misma lógica del dilema del judío moderno: ¿cómo puedo vivir en constante diálogo con otras culturas, inserirme y ser parte de la sociedad civil y a la vez sentirme orgulloso y seguir queriendo elegir ser judío? Su modelo está basado en cinco pilares de la identidad judía: la tierra de Israel, el idioma hebreo, la halajá (las mitzvot, los preceptos entendido por muchos como la religión), los lazos comunitarios que nos transforman en una familia extendida y la memoria judía. Según Infeld, si cada judío elije tres de estos cinco pilares para que sean partes integrales de su vida, siempre tendremos algo en común con otro judío, inclusive entre ortodoxos y laicos. Profundizaré en cada uno de estos pilares a lo largo de nuestra jornada en esta columna, pero permítanme iniciar con el último pilar, la memoria, que da el nombre a nuestro espacio.Dice Infeld que la diferencia entre historia y memoria es que la historia es saber lo que pasó en el pasado mientras la memoria es preguntar “¿Qué tiene que ver este pasado con conmigo hoy?”. Es una pregunta que nos invita a resignificar este pasado en el presente para saber quiénes somos y principalmente para reflexionar sobre quienes queremos ser. La famosa cantante y compositora israelí Naomi Shemer dijo: “No soy una especialista en arqueología, pero ¿a quién le importa si sucedió o no? Supongamos que la Biblia nunca existió, que solo fue una fábula, pienso que esta fábula está más viva que todas las piedras”. La memoria no tiene que ver con las verdades científicas y si con los valores que nuestros antepasados nos vienen trasmitiendo hace más de tres mil años sobre estos hechos o fábulas. El gran escritor israelí Amos Oz dice que “ciertas verdades no son históricas, sino alegóricas”, y creo que la memoria es justamente sobre esto. Amós Oz sigue diciendo que “la continuidad judía ha girado siempre alrededor de palabras pronunciadas y escritas, de un labirinto de interpretaciones, debates y desacuerdos en constante expansión, así como de un singular marco de relaciones humanas. En la sinagoga, en la escuela y sobretodo en el hogar, esto llevó siempre a dos o tres generaciones a sumirse en profundas conversaciones”. La memoria es el cuento que nos contamos, es el relato de nuestra identidad. Como ordena nuestra Hagadá de Pesaj “Veigadeta lebinja” y contarás a tu hijo, es la mitzvá que los padres deben cumplir en la noche del seder para seguir manteniendo vivo el relato de nuestro pueblo en la memoria de las futuras generaciones.Cuentan que, durante la Shoá, en el último seder en el gueto de Varsovia, Moishele pregunta a su padre “Ma nishtaná a laila la azé” y que su padre le contesta “Avadim ainu”. Moishele sigue con las preguntas:” ¿Papá, estaré yo vivo el año que viene para preguntarte el “Ma nishataná”? ¿Estará tu vivo para contestar “Avadim ainu”?”. Y el padre le contesta…”La verdad, hijo mío, no sé si tu estarás vivo, tampoco sé si yo estaré vivo, pero de algo estoy seguro; de que siempre habrá un Moishele en el mundo que preguntará el “Ma nishtaná” a su padre”. Esta historia representa la fuerza de la palabra y de la continuidad que se refiere Oz. “La palabra, hablada y escrita, recitada y citada es la verdadera clave de la continuidad judía. No se trata de la continuidad biológica, sino a cerca de la continuidad de la memoria, del legado de la identidad”. El filósofo y ensayista sur coreano Byung-Chul Han llama la atención de nuestro mundo contemporáneo para exceso de apertura y la eliminación de las fronteras continuas en todos los niveles de la sociedad, donde la globalización disuelve todas las estructuras cerradas para acelerar la circulación de capital, mercancías e información. El lugar es una forma de cierre, de comunidad donde hay una escucha en común y pertenencia mutua. “La propia narración es una forma de cierre. Tiene comienzo y final. Se caracteriza por un orden cerrado. Las informaciones, por el contrario, son aditivas y no narrativas. No se fusionan en una historia, en un cuento que genere sentido e identidad. Solo permite una inacabable acumulación”. La memoria judía es narrativa, es el cuento que genera sentido e identidad, que nos permite dar significado a nuestras prácticas judías. Sin la identificación con este relato, las mitzvot y las tradiciones en general carecen de propósito y así son abandonadas. Siento que este fue un gran error de la educación judía durante muchos años, donde en las escuelas -y muchos de nuestros hogares- nos imponían las tradiciones y nos transmitían la información de los hechos del pasado sin el relato que nos permite la identificación y la toma de conciencia de que somos un eslabón en esta cadena milenaria. Era información, no narración.Al final de cuentas, dice el escritor Oscar Vilarroya, la facultad narrativa es lo que nos define como humanos, y el relato lo que da sentido a vida.Lo que les propongo en esta columna es que juntos miremos hacia atrás para seguir nuestra marcha judía hacia adelante. En hebreo, la misma raíz de la palabra antes es la raíz de la expresión hacia adelante, Kedem (קדם) y Kadima (קדימה). Sobre esto, escribe Amós Oz, “Cuando hablamos en hebreo, nos situamos literalmente en el flujo del tiempo con nuestras espalas hacia el futuro y nuestros rostros hacia el pasado. Nuestra postura es, en sí misma, diferente de la visión occidental del tiempo”, y concluye: “La vida es como conducir un automóvil con parabrisas opaco. La única guía que tienes son tus espejos retrovisores”. Les invito que juntos orientemos nuestros rostros hacia este pasado colectivo para extraer enseñanzas que nos sirvan de aprendizajes para seguir pronunciando, citando, hablando, interpretando y escribiendo las palabras que dan sentido a esta cadena milenaria que es la memoria judía, el auténtico legado de nuestra identidad que tenemos el compromiso de entregar a las futuras generaciones.