Una historia de vida que inspira y transmite un potente mensaje, “Valora lo que tienes”
Por LPI
Hoy Martín recorre el mundo compitiendo y compartiendo su testimonio, que inspira, motiva y da fuerza a otros para sobreponerse a sus propias adversidades. Esto fue lo que conversó con La Palabra Israelita.
¿A qué edad te detectaron el Síndrome de Usher?
-Yo tenía síntomas, pero no se sabía lo que era. A la edad de ocho años detectaron la enfermedad. Uso audífono desde que tengo cinco años y después empecé a no ver bien de noche, se me achicaba un poco el campo visual.
¿Cuándo perdiste la visión?
-Yo tenía buena visión frontal, no tenía de noche ni lateral. Pero iba perdiendo gradualmente la visión hasta que a los 20 años se estancó y a los 30 volvió a avanzar, y a los 35 años me quedé completamente ciego.
En tu sitio web dice que, cuando eso sucedió, te enfocaste en aprender y vivir experiencias en las que no fuera limitante tu falta de visión, y estudiaste teatro, baile, cata de vinos…
-Primero, cuando me quedé ciego, estuve un año tirado, haciendo nada. Estaba bastante deprimido, no sabía qué hacer, hasta que luego -por mi hijo- decidí que tenía que salir adelante. Y ahí fue donde empecé a hacer todo tipo de actividades. Era una época en la que cualquier actividad que hiciera me levantaba un poco la autoestima, porque al menos tenía tema de conversación. Ten presente que en esa época, que no estaba haciendo nada y no iba a hacer nada al día siguiente, me perdía los temas grupales. O sea, hoy soy una máquina de hablar, pero en ese momento si me sentaba contigo no sabía de qué hablarte, no veía partidos de fútbol ni películas, estaba en una burbuja.
Y te perdías de estar con otra gente.
-Me la pasaba todo el tiempo con mi hijo, que era chiquito, y ese era mi refugio. Y en lo social, tengo muchos amigos, y me juntaba todo el tiempo a tomar café pero es como que me tenían que hacer el aguante, no era una salida de amigos a pasarla bien, yo no me sentía bien, no tenía optimismo con nada, no veía proyección en nada.
¿Fue en esa búsqueda que llegaste el deporte?
-De chico siempre me encantó el deporte. Era de seguir mucho el deporte profesional, fútbol y tenis, principalmente, y también básquetbol. De chico miraba mucha tele y veía todas las revistas deportivas. Y de jugar, jugaba al fútbol, aunque sólo podía de arquero. En los mano a mano era genial, pero cada vez que me tiraban un centro salía para cualquier lado, porque no tenía visión lateral. Y al tenis, al fondo de la cancha. Hacía musculación, nadaba un poquito, pero nada más que eso.
Después de perder la visión y cuando saliste de la depresión que te afectó al comienzo, ¿en qué momento llegaste al atletismo y dijiste “Aquí tengo un espacio donde desarrollarme”?
-Un amigo me dijo “Por qué no salimos a correr”, la verdad que me parecía algo patético, pero con tal de no quedarme encerrado en casa le dije que sí. En aquella época el tiempo ocioso era mi peor enemigo. Me acuerdo que el primer día salimos e hicimos dos kilómetros y terminé fundido. Pero me gustaba salir, primero porque me obligaba a socializar, lo disfrutaba y me empezaba a sentir un poco mejor. Mi amigo tenía además un Running Team, era profesor, y me invitó para que fuera. Fui a ese grupo y toda la gente fue buena onda, todos querían correr con el bicho raro, y empecé a socializar más, encontré en el deporte lo social más que lo deportivo en sí. También me empecé a sentir mejor física y mentalmente. La primera carrera fue una a la que fui con el grupo, hice podio y, cuando mi hijo vio la copa, la festejó con una alegría inmensa. Y eso fue lo que me motivó para empezar a entrenar más seriamente.
Y de ahí pasaste a una serie de disciplinas dentro del mismo atletismo, el running, el trail…
-En esa época también había empezado el remo. Luego empecé a correr, 10, 21, 42 kilómetros, me convertí en maratonista. Después, todo el grupo con el que entrenaba se fue a una carrera en Los Andes, que no era apta para ningún tipo de discapacidad, pero bueno, ellos me dijeron “Dale, ven que te guiamos#, y me inscribí sin contar que yo era ciego. Gracias a esa carrera tuve mi primera nota en televisión, que fue en 2012, porque no pasé desapercibido para nadie. Después de ahí volví a hacer mi segundo maratón de 42 km., y después incursioné en el triatlón, con distancias cortas, cada vez más exigentes, hasta que hacia mayo de 2015 hice mi primer Iron Man. Y después, bueno, todo lo que venga, ahí voy.
Entonces te convertiste en el primer atleta argentino no vidente en completar un Iron Man.
-Sí, yo soy el primer atleta ciego argentino en completar un Iron Man. Y el único sordo-ciego en el mundo, o sea, yo cuando nado uso otros audífonos, uso otros con los que escucho menos que con éstos.
Tú meta ha sido completar un Iron Man en cada continente y en estos momentos te queda sólo uno, que es el de Asia.
-Es el 23 de agosto de 2020, en Kazajistán. Y ahí sería el primer Iron Man con discapacidad, en el mundo, en completar los cinco continentes.
Un maratón es una carrera de calle, que en cualquier lugar que sea es casi lo mismo. Un poquito más o menos de calor, pero es más o menos lo mismo. Una persona corre en distintos maratones y hace casi el mismo tiempo en todos lados. En cambio, en lo que es un Iron Man triatlón te puede tocar río, te puede tocar mar, te puede tocar en la montaña para pedalear, o un camino plano. Son muy diferentes entre sí. Para mí eso tiene un atractivo de experimentar diferentes cosas.
Martín, ¿en qué momento decidiste comenzar a dar charlas sobre tu experiencia personal?
-Al principio, los diferentes cursos de madrijim de los clubes en Argentina me pedían ir a contar mi testimonio, pero no era una conferencia, eran preguntas y respuestas. La primera vez fue después de la competencia en Los Andes, como que ahí comencé a ser un ciego más famoso. Era muy informal, hasta que en noviembre de 2013 me hicieron una nota en Clarín, que es uno de los diarios más importantes de Argentina, y esa nota generó mucho revuelo. Hasta ese momento, yo no tenía la autoestima alta, estaba empezando a salir, pero como que hacía las cosas con bronca por mi hijo, para mostrarle, pero yo tenía un vacío interior. Había mucha gente que me decía “Martín, sos un ejemplo”, y para mí era “puro chamullo” para levantarle el ánimo al “cieguito”. No me sentía ejemplo de nada. Después de esta nota, me bombardearon a mensajes, pegó fuerte, y ahí me di cuenta de que evidentemente era verdad que transmitía bastante. En el buen sentido de la palabra, me la empecé a creer y eso hizo que yo empezara a encarar todo con mucha más firmeza, con mucha seguridad. Y ahí decidí dar conferencias.
Hice un curso de oratoria para poder estructurar el discurso, aunque al comienzo era desastroso, y luego aprendí a estructurar, a manejar las pausas, a dirigirme a la gente, a decir todo en menos palabras, a ser más concreto, no era una gran ciencia, pero sí pequeñas técnicas de cómo hablar mejor. Y así empecé.
En septiembre de 2016 hubo un encuentro latinoamericano de gerentes de Mc Donald’s, y me llamaron a mí para que los fuera a motivar. Fui, la rompí y ahí se me abrió una puerta impensada. En Chile voy a dar mis conferencias número 193, 194 y 195. ¡Ya estoy llegando a 200 conferencias! Hoy esto pasó a ser un trabajo para mí. Y para mí no hay nada más gratificante que saber que puedo ayudar a mejorar la calidad de vida de otra persona.
¿Cuál es el mensaje principal que buscas dar en tus conferencias?
-Son muchos, y dependiendo el contexto. Uno muy importante es que yo estoy convencido de que la gran mayoría de las personas no sabe valorar lo que tiene, nos quejamos de cualquier cosa, pero debemos aprender a ser agradecidos y a valorar lo que tenemos, que no es fácil, yo tuve que tocar fondo, pero lo que espero es que la gente no espere a tocar fondo para aprender a valorar las cosas importantes.
Lo otro es que quejándonos no ganamos nada. Yo me di cuenta de que quejándome me amargaba yo y amargaba a los que me querían. Qué sentido tiene. En cambio con una actitud positiva, poniéndole onda, es todo mucho más fácil.
Otra cosa que acostumbro a decir es la importancia de hacer, de intentarlo. Y la importancia de asumir lo que somos, yo sufrí mucho tiempo por autoengañarme, por soñar con cosas que no podría hacer, de tratar de disimular mi discapacidad, porque me sentía menos persona, pero no es así. Cuando decidí dejar de ser víctima y pasar a ser protagonista, todo cambió.
Son muchas cosas. Me tocó una experiencia de vida en la que creo que he pasado por un montón de etapas y momentos, y siento que tengo cierta sencillez y claridad para explicar la situación, y como sugerir para salir adelante.